En castellano, el adjetivo tiene varios grados. Así, para calificar a la nueva novia de Jorge se puede emplear el grado positivo: "Es guapa"; el grado comparativo: "Es más guapa que la anterior" o el grado superlativo: "Es guapísima".

Pero en la ciudad feliz , además de estos tres grados, tenemos el indefinido. Es decir, que tú preguntas por el nuevo novio de Montaña y te lo pueden calificar de tal forma que no te enteres: "Es como guapo o algo".

Más particularidades de nuestra lengua identitaria: estás con los amigos en el bar, pides que te pasen las aceitunas y con el barullo no te entienden. Enseguida, alguno se interesará por tu petición, pero no te preguntará: "¿Qué?", sino: "¿Lo qué?", empleando un vulgar loqueísmo que caracteriza desde antiguo a los hablantes cacereños.

Lo que es el mando

El loqueísmo para reafirmar se ha puesto de moda en España últimamente, como bien explicaba el profesor Luis Regidor en un artículo publicado en EL PERIODICO. "Ahí viene lo que es el pelotón ciclista, apaga lo que es la luz, dame lo que es el mando de la tele...". Pero mucho antes de que se impusiera ese lamentable lo que , en la ciudad feliz ya se empleaba con alegría ignorante nuestro particular ¿lo qué?

Así que estábamos en el bar, nos pasaban las aceitunas y no las calificábamos exquisitas ni insípidas, sino al cacereño modo de: "Pues están como zapatúas". O sea, vomitivas.

Ya que nos arrancamos con la belleza de los novios, fijémonos en otro calificativo muy cacereño. Mientras que en el resto de España los novios pueden ser guapos o feos, en la ciudad feliz , además, hay novios salaínos , que no son bellos ni espantosos, sino algo mucho peor.

"Pues dicen que Montaña va mucho con un chico", apunta alguien... Y lo hace utilizando el socorrido dicen, que en la ciudad feliz es un verbo muy usado para no pillarse los dedos y poder entregarse al comadreo sin sentido de culpa. Inmediatamente, hay quien apostilla dejando en el aire una coletilla de vaguedad: "Pues dicen que es como su novio o algo". Lo has dicho todo, pero nadie puede acusarte de haber dicho nada porque el como y el algo soslayan lo rotundo.

Tras centrar el tema sin centrarlo, siempre hay quien pregunta que cómo es él y entonces es cuando el nuevo novio (o algo) de Montaña se la juega. Si dicen que dicen que es guapo, bien. Si dicen que dicen que es feo, no pasa nada. ¿Pero y si dicen que dicen que es como salaíno ?

Lo peor que se puede ser en la ciudad feliz es salaíno , o sea, ni chicha, ni limoná , un híbrido, un anfibio de la estética, algo indefinido e inclasificable: como salaíno . Aunque pensándolo bien, hay otro calificativo muy utilizado en Cáceres que te puede hundir para los restos.

Quedamos en que Montaña salía con un chico que era como su novio o algo . Y quedamos en que físicamente no era ni guapo ni feo, sino salaíno . Pero... ¿Y cómo viste? Bueno, en otras ciudades, los novios pueden ser elegantes, excéntricos, modernos e incluso los hay que por su vestimenta podrían calificarse de normalitos. Pero luego están los que no llegan o se pasan. En fin, quienes quieren ser elegantes, pero se envaran, quienes anhelan ser modernos, pero se exceden, quienes buscan la excentricidad, pero se atascan en el patetismo. Y aquí, el diccionario de uso de la ciudad feliz tiene un vocablo que te define y te destroza: ridiculino.

Y es que el pelino pegado en la frente puede resultar gracioso o ser ridiculino. Y una corbata rosa palo podría ser elegante y rompedora o quedar francamente ridiculina. Este adjetivo puede ser extensivo a todos los órdenes de la vida. Incluso a la alta velocidad ferroviaria. Así, resulta que con tantos dimes y diretes, los cacereños no saben si van a tener un AVE de verdad, como un AVE o un AVE ridiculino. Por ahora, lo único que hay es el R-598 que es un tren... Pues eso, como salaíno .