Un toque de sombrero, una reverencia imperceptible, un saludo militar, dos besos, buenos días, vaya usted con Dios, un piropo, una mirada... Cánovas, el paseo de tu vida. Donde jugaste de niño, donde buscas en la senectud la tibieza sosegada del sol esquivo de noviembre, donde enseñabas por primera vez tu ropa de estreno. ¿Quién se atreve a pasear por Cánovas sin corbata, sin estola, sin afeites?

Es verdad que las nuevas generaciones de cacereños se quedan en los barrios y bajan menos a Cánovas, pero ese tramo urbano que va de la Cruz de los Caídos a San Antón sigue siendo a Cáceres lo que Las Ramblas a Barcelona, el muro de San Lorenzo a Gijón y la plaza Mayor a Salamanca. Cánovas o el crisol de la provincia, la esencia de lo local, el cacereñismo en toda su pureza.

Fueron las minas de fosfatos de Aldea Moret la causa de que el viejo poblachón levítico y cerrado se ensanchara hacia la carretera de Mérida. Las minas trajeron el ferrocarril y Cáceres acometió su conversión en ciudad abriéndose camino desde la calle San Antón hacia la nueva estación del tren situada en Los Fratres. Así nacería el paseo de San Juan del Puerto, hoy Cánovas.

En aquel ensanche cacereño se levantaría en 1885 el edificio de las Hermanitas de los Pobres e, inmediatamente, el Hospital Provincial (1892) y el Parador del Carmen, de donde partirían con el tiempo los autobuses de línea. El nuevo paseo acabaría convirtiéndose en la Sierrilla o el R-66 del primer tercio del siglo XX, donde la burguesía levantaría sus hotelitos: la casa de las Chicuelas (1927), demolida vergonzantemente en 1980, o los chalés de los Málaga (1932), los Manzano, Corcobado, etcétera.

EL CARRILLO DE JUANITO

El paseo de toda la vida de los cacereños comienza en la Cruz de los Caídos, que ha cambiado mucho con los años. Ya no está allí la gasolinera, ni el Parador del Carmen, ni el bar El Globo ni el carrillo de Juan el Cojo, Juanito, cuyo lugar ocupa ahora en primavera Emilio, el gitano del Sombrero de Aldea Moret, con sus cestas de cerezas y tomates.

Lo que sí resiste es la Cruz de los Caídos, que fue levantada en 1938 donde antes estaba la llamada fuente del Lápiz. El monumento, de 12.50 metros de altura, fue inaugurado un 10 de mayo ante 15.000 cacereños y en presencia de Pilar Primo de Rivera, huésped de honor de la ciudad y presidenta de la Sección Femenina.

El paseo de Cánovas es una mezcla de estatuas quietas y estatuas vivas que forman parte del imaginario local. Cánovas empieza con tres emblemas: Florentino, una docena de años en su puesto de flores, Valentín en su quiosco de prensa, que abrió Margarita, su madre, en 1970 y él regenta desde 1988, y el poeta Gabriel y Galán en su pedestal desde que en 1926 lo colocara allí el escultor Pérez Comendador.

Vienen después las fuentes de los cisnes y de los tritones, que fueron simples pilones hasta que a finales de los 40 el artista cacereño Eulogio Blasco las convirtió en metáforas de la melancolía.

Y entre las fuentes, el templete de la música, que se levantó en 1887 y perdió parte del encanto en 1999, cuando se remodeló y se convirtió en un mamotreto grosero rodeado de liviandades románticas. Durante su época de esplendor, el quiosco-bar estuvo regentado por Angel Gómez Martín.

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