La privatización de espacios de propiedad municipal ha sido una constante durante siglos en lo relativo a terrenos que, a día de hoy, son de dudosa propiedad privada. Algunos fueron cedidos a distintas administraciones para la realización de obras públicas que interesaban a la ciudad, otros fueron a parar a manos de la Iglesia y muchos acabaron siendo propiedad privada de vecinos, que por diferentes medios se hicieron con ellos. Uno de esos espacios es la antigua Plaza de Armas, hoy conocida con el llamativo nombre de ‘Baluarte de los Pozos’, una parte del recinto amurallado que, desde hace siglos, ha ido pasando de mano en mano, hasta que hace unos años se apostó desde el Ayuntamiento por convertir ese lugar en un activo turístico de la ciudad monumental, para uso y disfrute de lugareños y forasteros. Su estado actual no se corresponde con sus orígenes arquitectónicos, ni mucho menos con las funciones que dicha Plaza de Armas tuvo en lo relativo al abastecimiento de agua, cuando la situación no aconsejaba salir del recinto amurallado.

Una vez la vieja muralla pierde gran parte de sus funciones (todas no llega a perderlas nunca) se inicia un proceso de ocupación de esta, que afectará de manera especial a aquellos tramos a los que sólo se podía acceder desde las casas que, sucesivamente se habían ido adosando a una curtida cerca, que históricamente resguardó de peligros al recinto extramuros.

En enero de 1721, el Rector de la Compañía de Jesús en Cáceres, Padre Juan Antonio de Bustos, solicita al Concejo Local la cesión de la antigua Plaza de Armas, para depositar en ella los escombros procedentes de la obra para la construcción de la iglesia y colegio que los Jesuitas tenían proyectado edificar en la actual Plaza de San Jorge. Especialmente se solicita ese lugar para los cascajos provenientes del gran hueco que había de realizarse para construir el aljibe del nuevo edificio. Al mismo tiempo, el solicitante también expresa su deseo de poder plantar en ese lugar, una vez se encuentre relleno, unos olivos para tener aceite para el año. Tal fue la cantidad de escombros que se depositan en la antigua Plaza de Armas, que acaba por rellenarse por completo en pocos meses, hasta tal punto que a finales de 1721 se tuvo que dejar de echar tierra porque «la dicha muralla está en peligro de arruinarse» . Al final los jesuitas abandonan la idea del olivar y dejan el espacio libre, aunque relleno desde la base del recinto hasta la altura de las almenas. Como elemento arquitectónico de su pasado, queda una pequeña puerta con arco que se puede observar al exterior, vieja entrada a la Plaza de Armas, que ha sido motivo de leyendas y ficciones.

El 19 de noviembre de 1751, se publica un Real Despacho por el que se concede facultad al Ayuntamiento para la demolición de la muralla por el gran coste que supone su sostenimiento. A partir de este momento se inicia un proceso de privatización y des-construcción de la muralla, como ha señalado recientemente el catedrático Enrique Cerrillo, cuyas consecuencias llegan hasta el tiempo presente. Buena prueba de ello es que, actualmente, para acceder a la antigua Plaza de Armas hay que hacerlo desde una casa particular, alquilada por el consistorio. Una cuestión que tiene mucho que ver con la privatización que en 1802 se realiza en beneficio de Bartolomé Otaegui, administrador de la familia Golfín y personaje influyente de la sociedad local. Este vecino primero consigue la cesión de la propia Plaza de Armas y su torreón para hacer un pajar y posteriormente, la calleja pública que servía de acceso a dicho lugar, para convertirla en una estancia más de su casa. Aconteceres del pasado que tanto nos preocupan en el presente.