Dimas Salgado Jorna, secretario del Ayuntamiento de Arroyo de la Luz, tenía un hijo llamado Teodomiro Salgado, que estaba casado con Verónica Refolio. Vivían en Arroyo, localidad donde Teodomiro se dedicaba al negocio del trigo. Compraba el cereal y cargaba vagones enteros que enviaba luego a Barcelona hasta que en 1939 durante uno de esos trayectos llovió a cántaros, el trigo germinó en el convoy y el negocio se fue al traste. Así es como Teodomiro y Verónica abandonaron Arroyo de la Luz y se vinieron a Cáceres con sus ocho hijos: Herminia, Emilio, Inés, Teresa, Gloria, Teodomiro, Angel y Joaquín, que trabajaba como empleado en una farmacia de Arroyo y que al volver de un partido de fútbol bebió un vaso de agua fría y murió de una congestión.

Los Salgado estaban muy bien relacionados, de modo que cuando llegaron a Cáceres encontraron vivienda en una de las plantas del palacio de las Culebras, que era del conde de la Camorra y estaba por encima de la Audiencia. Como la parte de atrás de esa vivienda daba al patio de la cárcel, hasta la casa de los Salgado acudían muchos familiares de presos que se asomaban a las ventanas y se comunicaban con sus allegados para darles ánimos en aquellos durísimos años de la recién llegada posguerra.

El emprendedor Teodomiro se presentó a unas oposiciones de secretario del Ayuntamiento de Cadalso de Gata, pero nunca se incorporaría a ese puesto, algo de lo que posteriormente se alegraría porque al estallar el Movimiento mataron allí a todo titirimundi.

Teodomiro no quiso marcharse de Cáceres al darse cuenta de que en la ciudad los hornos de la cal se habían convertido en un negocio floreciente. Así que compró unos terrenos en Aldea Moret, detrás del colegio de Proa, donde instaló unos hornos de cal blanca y cal morena.

Duro trabajo

Era aquel un trabajo durísimo: con sus tres días y sus tres noches para cocer la cal morena, que luego se exportaba a Peñaranda de Bracamonte. En la ciudad había muchos hornos, que dieron trabajo a muchos mineros de Aldea Moret cuando se cerraron las minas. Estaban los Muñiz, los Rodríguez... y proliferaron los oficios de barreneros, encañadores y cocederos que trabajaban en esos hornos redondos, con sus bóvedas, llenos de jaras que se traían de los montes de Aldea del Cano y que se utilizaban a modo de leña. Hasta allí acudían los Salgado en Mobylettes, luego en Lambrettas; y siempre a mano una escopeta con balas de fogueo con la que tiraban al aire para ahuyentar a los perros en mitad de la inhóspita sierra.

La cal morena fue un buen sustituto del cemento, que por entonces no había llegado a Cáceres. Cuando llegó, le dió la puntilla definitiva a la cal y los negocios quedaron condenados a su desaparición. Las primeras cementeras se implantaron en torno a 1964, así que los hornos cerraron y la mitad de Aldea Moret tuvo que marchar, en su mayoría a Igualada y la periferia de Barcelona durante la desgraciada emigración que se llevó consigo a un montón de gente trabajadora y honrada, a buenos obreros que cruzaron España de punta a punta en busca del pan que en Cáceres no encontraron.

Para entonces hacía tiempo que los Salgado habían dejado la Casa de las Culebras tras hacerse con una vivienda en las Casas Protegidas a la que llamaron Santa Verónica. Tenía aquella casa tres patios interiores y habitaciones a ambos lados. Eran vecinos del policía Sánchez, de doña Ernestina, de Pepita Moríñigo y de los Villegas. Teodomiro mantenía su negocio de los hornos de la cal, pero un día encontró un local en los soportales de la plaza, justo al lado del célebre bar La Parada, donde puso una frutería y una pequeña pescadería. Cuando el negocio comenzó a prosperar, Teodomiro alquiló junto a sus hijos dos casillas en el mercado del Foro de los Balbos.

Uno de los hijos de Teodomiro, Angel, se casó con Rosa, que era hija de Felipe Conejero Rodrigo y Emiliana Rey Cobo, que procedían de Plasencia. Además de Rosa, la pareja tenía otros cuatro hijos: Vicente, María, Antonio y Jacinto. Los Conejero vivían en el número 4 de la calle Muñoz Chaves y tenían una carnicería que fue muy famosa en las Cuatro Esquinas.

Como Angel pululaba mucho por la plaza, enseguida se fijó en Rosa. Pasearon por Cánovas, se casaron en Santiago vestidos de negro y tuvieron cinco hijos: Angel, Felipe, Juan Antonio, Rosa María y Emilio.

La pareja se marchó a vivir al número 30 de Diego María Crehuet, a las conocidas como Viviendas Protegidas de la Obra Sindical del Hogar, que se construyeron en los años 40 con piedras arrastradas con poleas desde la Montaña. Allí vivían el señor Agustín Manzano y el padre de Puri, que eran ferroviarios. Arriba vivían Germán Sellers de Paz y la señora Joaquina, el señor Félix, el señor Morales, y enfrente el señor Bartolomé y su hermano Mario.

Era muy dichosa esa vida, todo el día en la calle sintiéndose los niños más felices de la tierra. En el patio de las Protegidas jugaban al balón, a la pica, a las carreras de chapas y se hacían espadas de tablas. Diego María Crehuet era una calle empedrada y cada vez que llovía los chavales se hacían barcos sobre aquel mar que corría con furia desmedida cuesta abajo hacia Colón.

Allí estaban el taller de Siso, que era pintor, el taller de cuadros y molduras de Dionisio López, enfrente la Cámara Sindical Agraria, donde trabajaba como guarda el señor Plata, y a donde cada verano, al caer la tarde, arribaban los agricultores con sus carros llenos de lobos muertos porque los lobos estaban entonces primados por el Estado y quienes los cazaban recibían una cantidad de dinero. Los lobos venían de la Sierra de San Pedro y verlos era, sin duda, todo un espectáculo.

Los pañuelos en la nariz

A la plaza de Colón acudía el Teatro Talía, y también muchos circos. Un día, una de esas compañías instaló en mitad de la plaza una barraca con una ballena muerta dentro, que los circenses trataban de mantener sobre el escenario a base de terribles inyecciones. Los pinchazos no impedían que aquel animal en estado de descomposición desprendiera una insoportable fetidez. Pese al pestazo , los cacereños acudieron en masa a contemplar aquella Moby Dick tristemente venida a menos. Religiosamente pagaban 1 o 2 pesetas (precio que costaban las entradas) y desfilaban por la barraca tapándose las narices con sus pañuelos. Tan popular se hizo la ballena que todo Cáceres repetía: "¿Ya habéis visto la ballena? Pues adiós muy buenas" , decía la gente, sin ánimos de repetir tan dramática experiencia.

Cuando Teodomiro quedó impedido, del negocio de la pescadería se encargaban sus hijos. Era un oficio muy duro y sacrificado. El pescado llegaba a Cáceres en tren y se bajaba a la pescadería en carros arrastrados por bestias. Antes pasaba por el Fielato de la Cruz, una especie de aduana municipal donde se revisaba toda la mercancía que entraba a la ciudad. A los dueños de los carros se les llamaba carreros y los más famosos fueron el señor Vicente Gilete, y Victoriano Guillén de la Osa.

En esos carros llegaba el pescado al mercado del Foro en torno a las seis de la mañana. Venía en cajas de madera llenas de hielo procedentes sobre todo de Punta Umbría y las menos veces de Galicia porque como había que hacer transbordo en Medina del Campo siempre se retrasaba. Jureles, sardinas, toro de mar, pescado de subsistencia en la posguerra hasta que tímidamente llegaron pescadillas negras de Cádiz, o calamares y gambas, que aquello era ya un manjar.

Los Salgado trabajaban en ese mercado, donde también lo hacían Clemente Cortés El Moreno; el señor Chivarro; Diego Miño; los tres hermanos Ramón, Antonio, Bernabé y Evaristo Plata; el señor Jiménez; Jerónimo Arroyo; los hermanos Rodríguez, a quienes llamaban Los Castañeros , José Rico, Joaquín, Armando, Mauricio de la Montaña, Vivas...

El trabajo

Felipe, hijo de Angel y Rosa, acudió a los parvulitos de Las Carmelitas, que estaba en las traseras del Parador, luego pasó al Paideuterion masculino de don Aurelio, que estaba en la calle Sierpes porque el femenino estaba en La Conce y allí era don Isidro el que daba las clases. Eran compañeros de Felipe, José Luis Rodríguez, Lorenzo Sánchez, Angel y Alfonso Mirat, Paco Márquez, Pepe Alvarez Santamaría, Ocampo, Peloche Pazos...

Impartían clases en el Padu don Sebastián, don Ricardo Durán, la señorita Maruja Collado, la señorita Lilí, don José Mariño, don José Peramato, don Jesús Regodón, Martín Martín Martín, don Alfonso García Aragón...

Felipe empezó a trabajar a los 13 años. Comenzó en el puesto de la plaza junto a su primo Mirín. Felipe pasó también por el mercado, por Obispo Galarza y ahora mantiene su negocio en San Juan, junto a la Cámara de Comercio. Felipe se casó con Mari Luz García Moreno, hija de Dolores y de José, al que todo Cáceres conocía como Pepín García, que trabajó en uno de los dos surtidores de gasolina (el otro era de Julio Requejo) que estaban junto a la Cafetería América, que primero fue el bar Los Pepes, que era muy grande y allí se hacían bailes.

Felipe y Mari Luz se conocieron en los Campeonatos de Natación del 17 de Julio de la Ciudad Deportiva, en los que Felipe participaba porque era nadador. Después de las competiciones había verbenas y se vendían Parisiés, que eran unos barquillitos de canela. Los Parisiés los vendía un señor vestido de blanco que pregonaba: "Al rico Parisié, al rico parisié" , y una noche el pobre se tropezó y acabaron él, la bandeja de Parisiés y los ricos Parisiés en la piscina.

Durante el noviazgo Felipe y Mari Luz paseaban por Cánovas y acudían al baile de los Alféreces Provisionales. Su boda la ofició Felipe Pulido en la Montaña vestido el novio con traje de Pepe Santos y la novia con traje de Modas Dioni. Lo celebraron en El Clavero, con Huevos a la Perigordini en el menú, y se fueron de luna de miel a Cádiz. El matrimonio tiene cuatro hijos: Verónica, Raquel, Chema y Cristina.

Los Salgado continúan al pie del cañón con sus negocios de pescadería. Tras la saga, una bella historia a los pies de la casa de Santa Verónica, de los barcos en días de lluvia de Diego María Crehuet, de los Parisiés de canela y de aquella gigantesca ballena que sorpresivamente un día llegó a la plaza de Colón a saber de qué lejano océano.