"Vamos, tío, un poco más deprisa, que nos estamos quedando los últimos". Una pareja bromea hasta con el perro que les acompaña y que mira, cómplice pero algo sorprendido, a sus dueños. Al lado, un grupo de chicas esboza una sonrisa y guiña el ojo al fotógrafo al tiempo que encara los primeros metros con un espíritu de fiesta muy particular. Un padre, mientras, tira del carricoche en el que va, plácido pero sorprendido, un niño de apenas dos años de edad. Pasan un cinco minutos de las seis de la tarde y aquello marcha, como cada día 31 de diciembre.

Que la San Silvestre de Cáceres se haya convertido, con el paso de los años, en un evento distintivo de la ciudad es algo de lo que ya pocos pueden dudar. Las escenas delatan al propio acontecimiento. Deliciosamente caótica, extraordinariamente popular, incontestablemente divertida para casi todos, esta carrera marca el final del año y señala el camino del siguiente de una manera muy particular. Ha vuelto a ocurrir en la recta final del día 31, por supuesto, en una tarde-noche marcada por el frío meteorológico y el calor ambiental.

Inventada hace ya 20 años en el seno de la asociación de vecinos Hispanoamérica, con el siempre entusiasta Raimundo Medina al frente y apoyada por instituciones y empresas como EL PERIODICO EXTREMADURA, la raigambre de esta manifestación deportiva es indisoluble a la transición entre años. Sin ella, piensan muchos, estas fechas serían distintas.

Familias enteras, grupos varopintos o simples runners se divierten y ríen durante la particular liturgia de la espera, primero; la propia carrera, después, y el genuino sorteo de regalos, que tiene una parafernalia especial con los políticos, patrocinadores y organizadores en el Quiosco de La Música recibiendo los cariñosos abucheos de los corredores.

Final diferente

El epílogo tiene un sello propio con el lanzamiento de dorsales, un ejercicio para el que los políticos, organizadores y patrocinadores se resguardan tras una mosquitera instalada ya desde hace varios años en previsión a lo que ocurre, ya cada año por sistema. Pura liturgia, pura magia.

Desde la Federación Extremeña de Atletismo no aplauden precisamente el desarrollo de esta carrera por varias razones, entre ellas la ausencia de oficialidad, pero cada año es mayor el número de participantes, ávidos de pasar un buen rato haciendo deporte o, simplemente, degustar el ambiente que, llueva o no, haga más o menos frío, se puede percibir en cada prueba.

La San Silvestre es una carrera asilvestrada , sin duda. Puede que su encanto sea el propio aire de caos que se genera, unos años más que otros. En la última se han batido todos los récords (casi 5.100 inscritos) y esto se ha notado en la meta, por ejemplo.

El descontrol controlado en la entrega de dorsales --requisito imprescindible para entrar en el sorteo-- es otro de los distintivos de una carrera en la que hay pocos corredores de la alta competición. El ganador de la prueba masculina del 2012, José Manuel Tovar, ya está retirado de la élite. El triatleta casareño venció, pero la mayor satisfacción que se llevó fue comprobar que sigue siendo todavía un grande del deporte regional.

Hay muchas sansilvestres en la región, pero la de Cáceres es diferente, única, deliciosamente única. Solamente tres kilómetros de trayecto. Para los menos, entre siete y diez minutos de sufrimiento competitivo. Para la mayoría más o menos da igual, puede ser durante más de una hora, pero ahí sigue, divirtiendo a todos, escribiendo la historia de una ciudad que ha perdido demasiados símbolos durante los últimos años. Este, aunque modesto y barato, tiene todos los visos de seguir mucho tiempo muy vivo.