Había una vez un cacereño que se marchó a la mili en los años 20, fue destinado a cocina y se topó con un caprichoso capitán que le exigía las patatas "muy finitas y frititas" . Pronto se percató de que aquella tarea no se le daba nada mal. Ya en su casa de la calle Sande comenzó a elaborarlas en un hornilla con leña y carbón, y a venderlas en una cesta que llenaba de capiruchos de estraza. El hombre se llamaba Nicolás Condón Leal aunque todos le conocían como El Gallo , "porque era pequeñito, pero matón", recuerda su familia. Ese mismo nombre abandera hoy una empresa que elabora 78.000 kilos de patatas fritas al año y que compite sin ningún complejo en pequeñas tiendas y grandes superficies con archiconocidas marcas internacionales.

Lo curioso es que el producto sigue siendo exactamente el mismo de hace 80 años, sin ningún conservante ni un solo aditivo, y continúa realizándose de forma artesanal en dos gigantescas hornillas de 600 litros de aceite cada una. Los actuales propietarios son los tres hijos del fundador, Miguel (ya jubilado), Nicolás y Gabriel. Saben que su producto es el snacks preferido de muchos extremeños, pero insisten en que no ocultan ningún misterio. "La gente nos pregunta, dicen que el sabor es único y nosotros nos sentimos muy orgullosos de hacer algo bueno para el público. Pero de verdad, no hay mayor secreto que elegir buenas patatas, aceite de calidad, un poquito de sal, mucho cariño y, eso sí, una larga experiencia de ochenta años", desvela Gabriel mientras maneja un colador a la medida de Goliat.

La empresa comenzó a funcionar como tal en la plaza de la Audiencia y fue de las primeras en asentarse en Las Capellanías en los años 70. Poco más ha cambiado. Dos hijos y tres nietos del fundador constituyen hoy toda la plantilla, que trabaja en torno a una cocina de gran tamaño con un proceso completamente automatizado. Esto les permite que el producto no se toque en ningún momento, pero que su control siga siendo manual y pueda verse a cada paso. "Aquí no queremos trenes de fabricación donde entran las patatas crudas por un lado y salen envasadas por otro. No tendrían nunca este sabor --comenta Nicolás mordisqueando un fino pedazo todavía caliente--. Por eso tampoco nos hemos decidido a dar el salto fuera de Extremadura. Lo intentamos en Madrid, Sevilla y Galicia, pero había mucha competencia y no queremos cambiar el modo de hacer las cosas. Así tenemos para vivir, somos la única fábrica familiar y artesanal de la región".

Un curioso proceso

En El Gallo todo se hace a lo grande: el tanque de 25.000 litros de aceite traído expresamente de Plasencia, los colosales sacos de 1.000 kilos de patatas comprados directamente a distintos agricultores del país (la empresa utiliza sobre todo las variedades denominadas agria y kene-