Ser enfermera, más que una profesión, es una forma de vida. Quienes desarrollan su profesión con entrega y profesionalidad y hacen que su trabajo repercuta en la vida de los demás, son, somos afortunados. Agentes activos que influyen e interceden en la mejora de la calidad de vida de quienes están a su lado.

Un hospital es un sistema perfectamente engranado, donde todo funciona, se sostiene si tienes un "seiko" o si el engranaje es fino tienes un "Rolex". Pero en la diferencia esta la razón. Los sillones y las camas son ocupadas por personas. Los sanitarios tienen la empatía como premisa principal en su vida. Así pues, la ecuación es fácil, inercia no es sinónimo de calidad.

He tenido el placer y la responsabilidad de liderar un equipo de enfermería. Una experiencia de esas que cambian la vida de quienes ven, desde el tú a tú, cómo es la dureza de tratar a diario con la enfermedad con unos recursos finitos. Como la lucha por la sostenibilidad y la búsqueda de la eficiencia nos ha llevado a dirigir políticas no siempre comprendidas por los profesionales sanitarios.

He descubierto cómo es estar ahí y, con ellas, que eso de la "humanización" es una realidad. Son incansables, humanas y compañeras. Defensoras de la dignidad de una profesión a menudo ignorada y rendida a criterios y planteamientos eminentemente médicos, donde los cuidados son una obligación y no una prioridad.

Deseo ver a los 1.100 profesionales de enfermería en el sitio que les corresponde, (enfermeros, técnicos en cuidados auxiliares de enfermería, fisioterapeutas, matronas, de rayos...) y a mis compañeras en esta andadura, valientes, coherentes, luchadoras, haciendo lo que saben hacer con especial dedicación: ser enfermeras.

Gracias a todos ellos.