En la Edad Media no había camposantos en los extrarradios. Los muertos, fueran nobles, eclesiásticos, artesanos, gente con recursos, pobres o miserables, se enterraban en las iglesias y sus cementerios anexos, los más pudientes generalmente en el interior. Así ocurrió en todos los templos cacereños, pero las tumbas nobles, las más interesantes artística e históricamente, se conservan en San Pablo y Santa María. Por ello, el Instituto de Estudios Heráldicos y Genealógicos de Extremadura está realizando un profundo estudio en la concatedral, donde cientos de cuerpos descansan hace siglos bajo lápidas blasonadas, en muros y pavimento.

José Miguel de Mayoralgo, presidente del instituto, y Antonio Bueno, secretario, han acompañado a EL PERIODICO en un minucioso recorrido por Santa María, que alberga 150 lápidas y un número desconocido de restos (en la misma tumba reposan diversos miembros de cada familia). "Continuamente se abrían y cerraban. La putrefacción, el olor, generó cada vez más quejas. Fueron los franceses, durante su invasión, quienes acabaron con esta costumbre", explican los expertos. Desde hace 200 años solo se entierran personajes muy excepcionales en las iglesias (la casa de Alba, cargos del clero...). El último que recibió sepultura en la concatedral fue el obispo Jesús Domínguez en 1990.

El mapa funerario

Pero hasta entonces, y durante largas centurias, Santa María ha sido un gran panteón con una jerarquía muy establecida: las familias de mayor renombre se enterraban junto al altar y sus cercanías. También compraron o se construyeron capillas para oficiar misa y ubicar sus tumbas. "El sitio preferente era el altar mayor y sobre todo el lado del Evangelio (mirando al retablo, a la izquierda), que tenía el máximo honor", cuentan los expertos. Ese lugar lo ocuparon los Mayoralgo y sus parientes (familias como los Orellana) desde mitad del XV.

Su escudo de media águila y media torre, acolado con una cruz de Alcántara, se alza junto al retablo. Se sabe que ya se enterró allí Garci Blázquez, y tras él quince generaciones de Mayoralgo. Durante siglos han destacado dos bellos sepulcros de alabastro, únicos en Cáceres, mandados construir por Pablo de Mayoralgo, el mismo que edificó la fachada de su palacio. Pero en sucesivas reformas se han separado y trasladado a las capillas de los Blázquez y los Cáceres de Espadero, sin saber el criterio.

El otro lado del presbiterio, el de la Epístola, lo ocupan los Solís desde el XV. Así lo revela el escudo con el sol, el mismo de su Casa del Sol. "Compró el derecho un obispo para enterrar a Gómez de Solís, su tío, maestre de la orden de Alcántara, muy importante en la historia cacereña", relata José Miguel de Mayoralgo.

El resto de las familias más nobles comenzaron a construirse capillas lo más cercanas posibles al altar, que incluso sobresalían de la propia estructura del templo. Es el caso de la capilla de San Miguel, a la izquierda, muy próxima al retablo, edificada por los Carvajal a finales del XVI. Apenas dista unos metros de la entrada de su propio palacio, y para construirla rompieron el muro de Santa María. Está coronada por tres escudos: Carvajal y Ulloa, junto a sus alianzas matrimoniales, Figueroa y De la Cerda (descendientes de don Fernando de la Cerda, hijo mayor de Alfonso X, que llegó a la nobleza cacereña por línea femenina).

Siguiendo el recorrido desde el altar hacia atrás, a la izquierda, se conserva una tumba mucho más antigua, gótica, del XV, perteneciente a los Cáceres señores de Espadero, con sus dos espadas cruzadas. Al lado también permanecen las lápidas de la familia Blázquez Mayoralgo y Figueroa. Debajo, en el pavimento de esta zona todavía próxima al altar, se suceden numerosos sepulcros, algunos muy bellos (leones, espadas, flores de lis...), de los Bernal, Sotomayor, Escobar y otras familias. Dan testimonio de las especialidades heráldicas tan peculiares que tiene Cáceres y su entorno (por ejemplo los escudos dimidiados, que unen sus piezas sin línea), estudiadas por el máximo especialista, Faustino Menéndez Pidal.

A continuación se conserva una amplia capilla con dos arcos ojivales donde descansan desde hace siglos los Figueroa Saavedra. Seguidamente, otra de las más antiguas, Santa Ana, del XV, también construida por los Cáceres señores de Espadero como lo atestiguan sus escudos de armas (junto a sus tumbas hoy se expone el Calvario).

Pasando al lado derecho del templo, de adelante hacia atrás, se sitúa en lugar preferente la capilla de los Blázquez (alberga el Cristo Negro), mandada construir en el XVI por dos hermanos canónigos de Coria y Plasencia. Sobresale del cuerpo de la iglesia, y aunque allí se ubica ahora un sepulcro de los Mayoralgo que crea confusión, las auténticas lápidas de los Blázquez ocupan los muros laterales con elementos medievales, como leones de pie de sepulcro. Debajo descansa el obispo Jesús Domínguez.

El conquistador del Perú

Seguidamente se alzan los sepulcros de los Golfines, construidos en el XVI por orden de Sánchez de Paredes Golfín, camarero de Isabel la Católica, en el muro de la concatedral. "Sus escudos se conservan magníficamente", destaca José Miguel de Mayoralgo. A continuación se encuentra la actual sacristía, un emplazamiento comprado en el XVI para derecho de enterramiento por Francisco de Godoy, conquistador del Perú, donde descansa con su familia.

A pocos metros destaca la capilla de San Juan (hoy alberga la imagen de la Milagrosa) con las tumbas de los Becerra, una de las casas más importantes de Cáceres en los siglos XV y XVI, ya que tuvo hasta cuatro comendadores de la orden de Santiago y dos de San Juan.

Le sigue la capilla del Sagrario, la más actual, construida por el obispo Llopis Ivorra a mediados del XX, donde reposan sus restos desde 1981. Muy cerca, la capilla de los Ulloa, señores de Malgarrida, familia muy extensa cuyas propiedades, con torre y casa fuerte, se alzaban en Amargura, una de las calles más nobiliarias de la época. Junto a sus tumbas está hoy la Virgen de los Dolores.

Finalmente un sepulcro muy llamativo por su escudo esculpido sobre el muro, el mismo que puede verse en el Bujaco. Se trata de la tumba del doctor Ribera, un médico del XVI citado frecuentemente en los archivos, pero nada se sabe de su origen ni dejó descendencia.