Cuántas promesas se quedan en el aire según salen de los labios de los que se comprometen a llevarlas a cabo? ¿Cuántas iniciativas se sumergen en el olvido tras anunciarse la intención de ser realizadas, y mueren en el mero propósito? Continuamente nos regalan bonitas palabras que se quedan en simples intenciones, y del mismo modo, venden publicidad barata con la que contentar a un público que no somos otros sino nosotros, los espectadores engañados de este show vital.

Aplausos "enlatados" en discursos vacíos de realidad; mítines y sermones repletos de "pan y circo", con el que pretenden acallar nuestras preocupaciones, enterrar nuestras dudas, y desinflar nuestras manidas esperanzas. Y no, no estoy hablando de política --que, a priori, es lo que pudiera parecer--, me estoy refiriendo a todos aquellos vendedores de humo que existen a nuestro alrededor, y que en tiempos de crisis aparecen como lo hacen los hongos venenosos tras la lluvia. Gente tóxica que se enmascara tras buenas pretensiones, y que no hacen sino ocultar intereses propios, bajo capas de fingida empatía emocional, y manipulación llevada al extremo. Por suerte o por desgracia, en una época como la que estamos viviendo, son muchos los que se han encontrado desprovistos de sus antifaces, y llevan un claro cartel en la frente con luces de neón advirtiendo de su condición de estafador. Pero, de igual modo, siguen tentado a inocentes a los que vender arena a precio de diamantes, y comprar su oro a precio de gominolas. Timos de "todo a 100", en los que estos personajes se aprovechan de la buena voluntad de sus vecinos, de sus sueños, y de la esperanza que han seguido manteniendo durante las vacas flacas.

Los medios nos previenen de las últimas artimañas ante las que debemos tener cuidado: estafas por internet, ofertas de negocios falsas, empresas de estructura piramidal, fraudes telefónicos, y engaños varios a los que todos --no se engañen, todos-- estamos expuestos. Es un momento en el que somos especialmente vulnerables a los mercaderes de soluciones rápidas, y que no son sino puro hollín. Se venden promesas, señores, ¡cuidado a quién se las compran!