En una escena de la esperpéntica --por llevar hasta el límite la realidad rusa contemporánea-- y genial película, El concierto , de Mihaileanu.

La película trata de un antiguo comisario político disfrazado en años pretéritos como director del Teatro Bolshoi de Moscú, ruega a Dios --los músicos que en ese momento se encontraban en escena son judíos y gitanos--, que se haga presente, para que todo lo que han sufrido, para que todo lo que ansían no se vaya al garete como sucedió en tiempos de la tiranía soviética, y Yahvé --¡joder con la zarza ardiente!-- le atiende y hace que el concierto que han ido a interpretar al Chatªlet sea uno de los más grandes y espectaculares escuchado en París, por el sentimiento allí vertido, de lo que se ha venido a llamar, genéricamente, como el alma eslava , --un árbol azotado por Oriente e incomprendido por Occidente-- (Turguénev, dixit).

Concierto para violín y orquesta de Tchaikovsky es el hilo conductor que nos guía durante todos los minutos que dura esta chiflada, rítmica, entrañable y poco verosímil película del genial director rumano --¿han visto ustedes El tren de la vida ?--, pero también hay otros estilos como música cíngara, y klejmer, y están Schumann y Mahler como maravillosos teloneros y acompañantes.

Un reto, vayan a verla --o bájensela de internet--, a escucharla, a llorarla, a disfrutarla, y si aguantan los primeros cochambrosos --a mí me encantan-- minutos, díganme, de verdad, si no es cierto que Dios es música y que los oficiantes de esta religión no son los intérpretes que se suben a los escenarios, o tocan en la calle. ¡De locura!