Benito Casares lleva diez años trabajando en una funeraria cacereña, donde cuida, peina, maquilla y traslada a los difuntos. Le enseñó Jean Monceau, el reconocido profesional que preparó a Ladi Di tras su fallecimiento. Benito ha atendido a unos mil cadáveres, incluidos casos muy conocidos de accidentes y homicidios que han llenado páginas de periódicos. A través de su experiencia con la muerte ha aprendido de la vida, y mucho. "Yo hacía planes a largo plazo: comprar el piso, después el coche, después la jubilación... Ya se acabó, hay que disfrutar del momento, he visto familias con el futuro roto en un minuto", explica.

Precisamente por eso intenta vivir alegre, conforme, empezando por su trabajo, que le satisface. Porque Benito, de 50 años, ha hecho de su empleo una forma de ayudar a los demás en los momentos más difíciles, cuando se marcha un ser querido, y para ello se ha formado en cursos de atención a familiares. "La gente se queda descolocada, nerviosa, te cuentan secretos, te piden consejos, tienes que mediar con cuidado en las familias, intentamos calmar la situación. Es un trabajo muy agradecido porque al cabo de los años te ven y te recuerdan aquel apoyo. Por eso no me gusta que digan que esto es desagradable. Yo me siento muy útil...".

Hace una década, Benito se cansó de su empleo de comercial. "Llegaron las multinacionales y trabajábamos con objetivos y premios, como si fuésemos niños". Logró un puesto en Serfátima, un grupo de tanatorios municipales y privados, entre ellos Malpartida, Alcuéscar, Albalá, Torreorgaz... No le costó en exceso su inicio con los cadáveres "porque de tanto viajar en carretera ya había visto algunos". Además, pronto descubrió que lo complicado de su trabajo no estaba en los muertos, "es absurdo, en realidad me sorprendió que casi todos tienen cara de paz, de tranquilidad", sino en las situaciones que les rodean: los disgustos y tragedias para las familias, las desavenencias, los trámites...

Porque Benito debe resolver momentos muy críticos, el primero cuando llega para hacerse cargo del cuerpo. "La gente se pone tensa, hay que elegir ataúd, vestir al cadáver, introducir lo que quería llevarse: un anillo, unas fotos... La gente llora, pregunta por el entierro... Debemos guiar a los familiares con bastante tacto", explica el profesional, que se encarga de toda la documentación e incluso asesora sobre los trámites que deben solventarse en días posteriores.

Mano y mucha psicología

Una vez en el tanatorio comienza el acondicionamiento del fallecido para disimular los efectos de la muerte. Benito y sus compañeros están titulados en tanatoestética y utilizan conservantes, bactericidas, desodorantes, coagulantes, selladores y maquillajes muy eficaces. "Se ha quitado mucho dramatismo a los duelos, incluso algún familiar nos ha pedido comprobar que su ser querido estaba de verdad fallecido", revela Benito. En caso de muertes violentas, se cubren las heridas con cera y se maquillan, siempre que el forense lo permita para no invalidar futuros análisis ni pruebas.

Pero la principal herramienta del personal funerario es, hoy día, la psicología. "Aprendes, por ejemplo, cómo decirle a las personas que no pueden ver por última vez a su ser querido porque será desagradable". De hecho, Benito sabe que debe llamar por su nombre a los familiares más íntimos, tratarles con cercanía y delicadeza, mirarles a los ojos, hablar bajo, escucharles y prever reacciones (ansiedad, mareos...). "Nunca olvidaré a la novia de un chico fallecido. La eché de menos en el Anatómico Forense, porque en esos momentos no se puede dejar sola a una persona, y cuando logramos abrir la puerta del baño estaba tomando pastillas", recuerda.

Pero el personal funerario no es insensible. "Los psicólogos nos enseñan a relativizar el trabajo para no caer en una depresión". Aun así, después de algunos accidentes están un tiempo afectados. "Hace días tuve que hacerme cargo del matrimonio portugués carbonizado en un camión en Valdesalor", señala. "Al final siempre piensas que esto es así, que alguien debe hacerlo, y que la muerte tiene que llegar, aunque lo bueno es que no sabemos cuándo". Pero lo que Benito no superará nunca es el fallecimiento de menores. "Eso no debería pasar jamás".

En estos diez años ha visto y vivido de todo: personas asesinadas o muertas simplemente de pena. Sobre todo ha aprendido que no le dan miedo los difuntos, "sino los vivos", y que el infierno no está en el más allá "sino aquí, porque hay odios, envidias y codicia hasta con el cadáver de cuerpo presente". Además, piensa que todo el mundo debería pasar un mes con un funerario. "La vida se vería de otra forma y se acabarían muchos problemas".