Esta tarde he terminado de leer el último libro de Rosa Montero. Se titula ‘La buena suerte’. Entre sus páginas una mujer entrañable, Raluca, demuestra su gran resiliencia (qué palabra más moderna ‘pordiosanto’) alimentada por el don de apañar la parte buena de las adversidades más rotundas. Quizá sea ese el secreto de la fortuna. Quizá tener suerte no sea algo fortuito, sino una elección. Quizá yo sea una ‘mijina’ como Raluca. Escuchar las noticias del día da miedo: récord de contagios, doscientos y pico de muertos, toque de queda, confinamientos perimetrales, curvas y un invierno durísimo por delante. Podría sumirme en la desesperanza. Centrarme en lo nefasto de este año. Pensar que no queda nada bueno en este maldito mundo. Pero de pronto, en la pantalla, sale una imagen de Chile en las calles derrotando por segunda vez a un dictador. Y los científicos de la NASA, diciendo que han descubierto hielo en la luna. Y abro mucho los ojos, y esbozo una sonrisa. Y pienso (porque quiero pensar en ello hoy) en la satisfacción de esas personas, y en la mía. Porque puedo viajar a la luna desde mi patio, y a Chile desde los libros de Isabel Allende. Porque mi familia está sana. Porque tengo trabajo. Porque tengo esperanzas, pasiones y sueños. Porque sé que la pandemia pasará. Porque seguiré junto a mi pueblo luchando para que no nos abran la mina de uranio. Y porque sé que lo conseguiremos. Y otra vez vuelvo a mirar a la luna sonriendo. Yo siempre he sido una mujer con tan, tan buena suerte...