CATÁSTROFE

A propósito de los incendios

Pepe Extremadura

Cantautor

Estamos otra vez como todos los años, después de observar las terribles imágenes del devastador incendio que ha devorado Portugal dejando tras de sí cerca de 10.000 hectáreas calcinadas, pienso que ha llegado la hora de tomar decisiones drásticas e imponer castigos ejemplares.

Por desgracia, en Extremadura conocemos bastante bien esa lacra criminal. Todavía recuerdo con meridiana nitidez los pavorosos incendios que destruyeron en la Sierra de Gata y en las Hurdes parte de la extraordinaria belleza de nuestra singular naturaleza, ¡y nunca pasa nada!

Hay que tener bien presente que cuando un árbol se quema algo nuestro también lo hace. Por eso, hay que convencer a esos irracionales, que el monte no es de uno, ni de dos ni de tres, el monte es de todos. Ojalá que alguno de ellos lea esto y adquiera un poquito de sensibilidad, aunque a decir verdad lo dudo, pero por si acaso lograra convencer al menos a uno, me daría por satisfecho.

Todos los que amamos la naturaleza morimos un poco con cada incendio. Cuando ves nuestros bosques reducidos a cenizas piensas que eso ocurre por la ignorancia de la gente, la estupidez y no pocas veces por la codicia.

Dicho esto, hay que empezar por concienciar a los niños desde las escuelas para cuando lleguen a ser adultos no cometan los despropósitos de sus padres. Insisto en concienciar porque es lo que se hace por ejemplo en Francia. Para ilustrar lo que digo, hoy traigo aquí un hecho ocurrido hace unos 18 años. Por su importancia y singularidad, bien merece ser reseñado. Ocurrió más o menos así: los Juegos Olímpicos de 1992, las pruebas de descenso y slalom, se desarrollaban por el lado de la famosa pista de Val D’Iser (Francia). Este descenso era el punto máximo de los Juegos Olímpicos de Albertville. Un hijo del lugar, convertido en triple campeón olímpico, héroe mítico del esquí mundial a partir de 1968, en la Olimpiada blanca de 1.992 era co-presidente y se llamaba Jean Claude Killy, con motivo de los preparativos olímpicos, Kelly declaró que mientras decidían el trazado final, los expertos habían encontrado una Ancolia (planta herbácea de media montaña) lo que les obligó a realizar un rodeo para poder mantenerla con vida.

Que el trazado de una prueba olímpica experimente un cambio para posibilitar la supervivencia de una planta silvestre, que en el mejor de los casos inverna nueve meses al año debajo de una espesa capa de nieve, habla bien a las claras de los niveles de sensibilidad ecológica alcanzada en algunas latitudes.

La supervivencia de la Ancolia de Val D’Iser es algo más que una anécdota. Es la punta del iceberg, de una cultura ecológica que no se consigue de un día para otro, ni a golpe de manifestaciones, ni tampoco endosando toda la responsabilidad a la madre administración. La ecología es también, educar a los hijos a no echar nada al suelo, a no cruzar los jardines públicos por el camino más corto, a no orinar contra los árboles en plena calle y sobre todo, a respetar lo ajeno. Donde ya todo esto no se produce o está mal visto, es donde se explica la defensa a ultranza de una frágil Ancolia que igual ni llega a resistir la primavera. Pero eso es lo de menos, lo demás es la envidiable actitud mostrada por personas sensibles hacia ella, eso es lo realmente importante. De ahí que piense y crea que si en nuestra bendita tierra hubiese ese tipo de personas, los desastres ecológicos disminuirían, de eso no me cabe la menor duda, pero hay que estar alerta siempre, sin bajar la guardia nunca, porque los innumerables enemigos de nuestra frágil y maravillosa naturaleza acechan sin descanso y sobre todo educar a los niños para que el día de mañana respeten, amen y cuiden lo que es todos.