Hay personas que dedican su vida a labrar conciencias y fertilizar corazones con la mejor semilla. Joaquín Araujo es una de ellas: un hortelano de almas. Hoy recuerdo la magnífica conferencia que ofreció en Zahínos. Ante un auditorio mudo, emocionado y hasta conmocionado, Joaquín Araujo demostró una altura moral y una ética dignas de encomio. Con el hablar pausado y la forma sencilla, pero erudita que sólo saben utilizar los grandes comunicadores, nos fue «mostrando» el prodigio de la vida. La necesidad de una economía sostenible para conservar la belleza de nuestra dehesa (ecosistema único en Europa) y que, protegiendo a la naturaleza, estamos rindiendo un tributo a la paz, ya que no puede existir ecologismo sin pacifismo.

Igual que no podría existir hierba sin lluvia. Por supuesto, Joaquín Araujo es ambas cosas. Además, ostenta varios galardones (algunos por partida doble) debidos a esa admirable labor de «acariciar la tierra»( hermosa expresión que utilizó en numerosas ocasiones). Por eso su gesto se ensombreció y sus palabras se hicieron amargas, cuando llegó al tema que nos tiene tan preocupados a todos los que amamos esta tierra: la minería a cielo abierto. Y la peor de todas ellas: la del uranio.

El uranio que tantas vidas se ha llevado por delante. El mineral maldito; el de la muerte. Nada bueno pudo contar sobre él. A lo largo de la historia, el uranio se utilizó para masacrar inocentes en guerras (que siempre son injustas) o en pos de un «progreso» (que más bien es receso) injustificado de la civilización, en forma de centrales nucleares. Y no olvidó tampoco los daños a los trabajadores de las minas: los primeros que sujetan a las piedras de la muerte. Nos animó a luchar contra las leyes injustas, contra los gobiernos que nos mienten impunemente y, nos recordó, que cada vez hay menos poderosos, pero más ricos. Que ellos, son los que mueven los hilos que tambalean las voluntades mundiales y quitan o ponen mandatarios. Nos dijo con pesar que, cada día, el planeta pide auxilio, dolido, contaminado y cada vez más caliente. Pero también nos mostró la luz de una nueva esperanza para la naturaleza: una vuelta a lo primigenio. A seguir el ritmo de la naturaleza. A crecer con lo que crece. A acariciar la tierra sin dañarla. A ser inteligentes, o lo que es lo mismo: ecologistas.

Cuando Joaquín Araujo terminó su exposición, toda la concurrencia emergimos de la hipnosis a la que nos tuvo sometida su palabra, con los ojos brillantes y la garganta seca. Emocionante conferencia «bordada» por un ser humano ejemplar. No hay más que añadir. Bueno, sí: Gracias, «compare», aquí tiene usted su casa. No a la mina de uranio.