Mújica es, con Mandela, uno de los pocos que, tras emplear la violencia para conseguir la democracia, no la traicionaron desde el poder.

Con su merecido prestigio, acaba de afirmar que se ha perdido el «sueño» sandinista, convertido en pesadilla. Trece países latinoamericanos han pedido ya el cese de la violencia de los paramilitares, que ha causado más de 300 muertos.

Sin embargo, el Gobierno español, minado por falsos «progresistas» que se aferran a un pasado hoy traicionado por Ortega, mantiene un silencio cómplice sobre Nicaragua.

Lo mismo cabe decir, a pesar del tan meritorio esfuerzo de la jerarquía católica nicaragüense por restablecer la paz, del Estado Vaticano, enquistado como tantas otras veces en unas declaraciones diplomáticas que contrastan trágicamente con la cada vez más inhumana situación. Que cada cual asuma ya, como debe, sus responsabilidades.