Dentro de la lógica económica de nuestro sistema capitalista, todos los miembros de la cadena de valor que hay entre el productor y el consumidor se cobran su parte. Todos menos el planeta Tierra, que no cobra por ensuciar. Y así le va. Hay multitud de ejemplos de cadenas de distribución donde todos cobran su parte por distribuir, por ejemplo la distribución de carne. Hay un silencioso pero implacable cambio de modelo que todos observamos sin hacer nada. Antes teníamos un sistema donde la carne -en piezas más o menos grandes- llegaba al supermercado y allí un carnicero la cortaba y la entregaba al cliente envuelta en papel y en una bolsa de plástico fino. Ahora, estos carniceros están siendo sustituidos por un sistema donde toda la carne ya está envasada en bandejas de plástico.

En otros países este modelo ha llegado también a las carnicerías de barrio, que son un mero escaparate de bandejas de plástico. La decisión capitalista es evidente: el modelo tiene ventajas logísticas y comerciales, además de eliminar el sueldo del carnicero, y como el envase de plástico es tan barato y el planeta Tierra no cobra su parte, sale a cuenta. Y así con todo.

O el planeta Tierra se adapta a la lógica capitalista y empieza a cobrar por ensuciar, o los consumidores debemos reaccionar y dejar de comprar todos los productos envasados. O ambas cosas a la vez.