La organización. Esa era la clave para que todo funcionara en el hogar de los Guijarro-Cáceres antes de que llegara el confinamiento por el coronavirus y sigue siendo la base sobre la que esta familia numerosa, formada por el matrimonio y sus cinco hijos de entre 17 y 8 años, sustenta su día a día para compartir este ‘encierro’ en su piso de Badajoz. Aunque mantienen algunas de sus rutinas habituales en cuanto a las tareas domésticas que cada uno tiene asignadas, la reclusión los ha obligado a hacer algunos cambios para adaptarse a la nueva situación.

Los días más complicados fueron los primeros, sobre todo por las clases de los niños. Jorge, de 17 años, estudia segundo de Bachillerato y se está preparando la EBAU, una de las cuestiones que más preocupa a sus padres, Beatriz Cáceres e Ignacio Guijarro, pues tienen muchas «dudas e incertidumbres» sobre cómo se desarrollará esta prueba de acceso a la universidad. Fernanda, de 15 años, e Ignacio, de 12, cursan la ESO, se apañan para hacer los deberes con la tablet y los móviles y cuando tienen que utilizar el ordenador, se turnan. «Están muy bien organizados», asegura Beatriz. A los más pequeños de la familia, Juan y Alfonso, mellizos de 8 años, las tareas les llegan a través del blog del colegio y la plataforma Kahoot, por la que hacen los controles. Estos últimos son los únicos a los que Beatriz tiene que ayudar para buscar las tareas e imprimirles algunas fichas. «Mis hijos son bastante independientes, en una familia numerosa se espabilan, y no tengo que estar encima de ellos. Solo les pregunto si las han hecho», explica.

Aunque los primeros días todos estaban «un poco perdidos» y hubo cierto lío en casa por las clases, una vez que los niños cogieron el ritmo al nuevo sistema de estudio, volvió la calma.

«Los días laborables son los que más notamos la diferencia, porque además del colegio, los niños por la tarde iban al conservatorio y hacían otras actividades». Para continuar con sus clases de música ‘online’ también han tenido que reorganizarse: tocan el piano, el arpa, el violonchelo, el violín y la guitarra. Los instrumentos pequeños se los pueden llevar a sus cuartos, pero el piano y el arpa están en el salón, por lo que se tienen que turnar para poder utilizarlos.

Los fines de semana la familia los pasaba en el campo y, ante la imposibilidad de trasladarse a las segundas residencias, han tenido que echar mano de la imaginación para llenar el tiempo libre. «Lo bueno de ser tantos es que siempre tienes a alguien con quien compartir algo y con quien jugar y no hace falta que sea siempre con la misma persona», dice Beatriz. «Son muchas horas juntos y ahora juegan más entre ellos, aunque también se pelean más», añade.

Se entretienen haciendo deporte, dedican tiempo a pintar, a cocinar y han rescatado todos su juegos de mesa. «Yo, por ejemplo, estoy haciendo un puzzle de 2.000 piezas para el que hasta ahora no había tenido tiempo», cuenta esta madre. Además, han hecho todos los retos que circulan por los grupos de Whatsapp de padres y también en los de sus hijos mayores: se han embadurnado la cara con harina, han hecho flexiones al ritmo de música, otro de equilibrio sujetando una pelota con el pie... Y no son los únicos, porque también están los que se proponen en los grupos de su familia, numerosísima, pues cada progenitor tiene ocho hermanos. A eso se suman las videoconfrencias familiares «en las que salen sobrinos y nietos de debajo de las piedras», bromea. «Estamos entretenidos», reconoce Beatriz.

Ella es arquitecta y su marido ingeniero y profesor de la Universidad de Extremadura, en la que sigue dando clases ‘online’. Aunque su actividad profesional se ha reducido a causa de la crisis sanitaria, ambos continúan trabajando. Comparten el despacho que tienen en el piso de al lado de su casa, lo que les facilita compaginar trabajo y familia. Desde el 16 de marzo, el padre es el único que ha salido a la calle a tirar la basura y comprar el pan y la fruta. Ahora, en lugar de ir al supermercado realizan la compra por internet, pero su lista sigue siendo igual de abultada que antes: solo de leche consumen más de 20 litros a la semana. «En eso no hemos variado».

Los Guijarro-Cáceres han decidido afrontar el confinamiento de manera «positiva» y no les preocupa tanto que uno de ellos se pudiera contagiar y las dificultades que supondría tener que aislarse en una familia de tantos miembros, como la salud de sus padres «que ya son muy mayores». Lo primero que harán cuando acabe el ‘encierro’ será volver al campo. «Estamos deseando todos», cuenta Beatriz.