Conmoción en el mundo de la cultura europea. Umberto Eco, el autor de El nombre de la rosa , el hombre que más certeramente analizaba la realidad, el sabio capaz de trasladar el peso del pasado para proyectar luz en el presente, se ha ido. Era la voz crítica, el hombre que alertó desde el minuto cero de los peligros de la política según Silvio Berlusconi, el buscador de signos de la sociedad del espectáculo y de la comunicación de masas cuando todavía no se había inventado internet y no era todavía ni la sombra de lo complejo que acabaría siendo. Umberto Eco, el tuttólogo, el todólogo, por su saber universal, renacentista, fue una de las figuras que en los 70 culminó toda una aspiración pop: hacer que la cultura clásica y la popular se reunieran sin rebajar expectativas. Hegel o Supermán, ambos merecían para el autor el mismo rigor. De ahí que fuera posiblemente el intelectual italiano más leído y conocido y, ahora con su muerte, el más llorado.

Los restos mortales del autor italiano, que falleció a los 84 años el viernes a las 22.30 horas, serán trasladados el martes al Castillo Sforzesco, complejo museístico en el centro de Milán, la ciudad que Eco --nacido en 1932 en Alessandria, Piamonte-- había adoptado como suya. En el edificio, que Eco podía ver desde su domicilio, habrá una ceremonia laica, siguiendo los deseos del escritor, que desde hace años luchaba contra un cáncer.

Se formó en el campo de la filosofía, con una tesis en torno a la figura de Tomás de Aquino en la Universidad de Turín que le proporcionó un gran conocimiento sobre la cultura medieval que fue ingrediente esencial para El nombre de la rosa , la obra que le hizo salir del reducto de la lingüística y le dio fama universal en 1980.