Estamos en pleno puente: los que lo tengan: es decir, los que tengan trabajo, primero, y días libres y medios para salir fuera o dentro, para recorrer Extremadura o el país o cualquier lugar del extranjero. Me celebro y me canto, decía Walt Whitman a los 37. El sesgo de confirmación (que es algo muy demostrado científicamente, porque nuestros comportamientos son medibles) es un mecanismo de la persona que consiste en que recuerda, desarrolla y afianza los argumentos que casan con su forma de ver el mundo y sus convicciones. Conformar, entonces, una idea ‘real’, ‘completa’, siquiera ‘realista’ de cualquier territorio es una tarea compleja. Podemos dar datos: una tasa de desempleo de casi un 22 por ciento, que es una bestialidad (son datos del tercer trimestre del año, el cuarto aún no se ha cerrado). El éxodo juvenil, la falta de oportunidades. Nuestros transportes son penosos. De los de mercancías no entiendo, pero el otro lo conozco bien: me he comprado un coche a los 42 años. La mayoría de las personas que veo en los informativos quejándose del transporte no han pisado un bus en su vida adulta ni han tenido que decirle a nadie que vaya a recogerles a Castuera porque el tren no llega a Monterrubio, pueblo hermoso con una denominación de origen de aceite de oliva que a veces encuentras en el supermercado y a veces no. Se lo aseguro: les puedo decir los horarios de Renfe, Leda, Alsa, Avanzabus y Damas a Madrid, Mérida, Badajoz, Cáceres y Sevilla sin respirar.

Pero esto es un canto y todo eso ya lo sabemos. Lo que desconocemos, a menudo, son otras cosas. ¿Saben aquello de que los madrileños son los que menos visitan el Museo del Prado? Pues es cierto. Ocurre lo mismo con ese libro que ha estado siempre en tu casa materna: todos los veranos te dices que lo vas a leer y pasan treinta años y no lo has abierto. Estas cosas pasan. Así, en Cáceres está la Fundación Helga de Alvear y, ¿cuántos cacereños van cuando inauguran una exposición? Pues bien: este sábado hay una actividad con niños. Se llama El Christmas infinito y comenzará a las doce de la mañana. A las dos de la tarde, los padres pueden ir a por ellos… o, mejor, quedarse y recorrer el Centro de Artes Visuales. Durante este mes, los niños van a conocer la obra de un artista llamado James Lee Byars. Este señor, nos cuentan en el MoMA de Nueva York (no deberíamos nombrar el MoMA, pero, lo mismo que funcionamos por sesgos de confirmación, también nos sentimos más predispuestos a hacer algo cuando nos hablan de lo que consideramos una fuente de prestigio), es una de las figuras más míticas del siglo pasado, que transformó su vida en una performance continua. Transmutado por la idea de la perfección, produjo una ingente obra que incluye esculturas, trajes de tela, piezas de papel… Buscando lo que él llamó «la primera filosofía totalmente interrogativa», intentó delinear los límites de nuestro conocimiento al tiempo que ponía en práctica el deseo de algo más”.

Lee Byars se mudó a Tokyo en 1958 y alió el arte japonés del origami (doblar papeles de colores para reproducir figuras) con el arte conceptual de Occidente. Y con eso, conociendo esa obra y mirando con ojos de niño las piezas de la exposición ‘La perspectiva esencial’, los niños se irán a casa con una tarjeta de Navidad única.

Y, además, la actividad es gratuita.

En el Museo de Bellas Artes de Badajoz se preparan para recibir un cuadro del Museo del Prado, que celebra su bicentenario sacando algunas de sus más emblemáticas pinturas a la calle (no, no Las Meninas: eso no hay seguro que lo pague). Es ‘San Francisco en oración’, de Zurbarán, que se podrá ver desde el 13 de diciembre hasta el 13 de enero. Y en el MEIAC pueden ver ahora a Felipe Trigo en todo su esplendor como fotógrafo (¡y hacedor de revistas que nunca vieron la luz!) y ‘Estrategias del desplazamiento’, de Antoni Muntadas, premio Velázquez (que es algo así —los periodistas somos de previsibles comparando… disculpen— como el Cervantes del mundo de las artes plásticas). Ha recorrido el Guadiana, por ejemplo, y ha analizado el devenir, el espacio, los lugares, los no-lugares, cómo cambian con respecto al contexto y a las experiencias… pero también habla del miedo, de cómo se usa el miedo, de que el terror es una táctica política y geoestratégica («los inmigrantes son delincuentes y nos quitan el trabajo»: ¿les suena este discurso?).

En Hervás, pueden ver las pinturas de Magdalena Leroux y de Enrique Pérez Comendador: estaban casados y expusieron juntos en Roma, pero también en Cáceres y en Badajoz. En Malpartida de Cáceres está el Museo Vostell, acaso la transformación de un espacio por medio del arte más apasionante que van a encontrar en miles de kilómetros a la redonda. Este museo, ahora que lo pienso, no debería aparecer en este artículo, porque los malpartideños lo conocen bien. Vostell sí fue profeta en su tierra. Los museos también construyen comunidad. Sus obras nos hacen reflexionar sobre los problemas pasados o los actuales. Que, por cierto, suelen ser los mismos.