Mequinez, a 130 kilómetros de Rabat, fue en el siglo XVII la ciudad imperial del temido y poderoso sultán Mulay Ismail de la Berbería, uno de los fundadores de la dinastía alauí, de la que desciende la familia real marroquí. Tuvo un harén de 500 mujeres y 800 hijos y construyó su reino a base de recolectar cautivos, especialmente cristianos, con cuyos suculentos rescates se enriquecía a la vez que se empobrecía la decadente España de los Austrias de 1680. Hoy, bajo una amplia explanada amurallada donde tenían lugar los intercambios, con "enormes sacos de monedas" y de la que emergen pequeños respiraderos, se conserva la imponente cárcel subterránea, de hasta siete kilómetros, sin celdas, en la que malvivían los cautivos. Entre sus altas paredes y arcos de adobe y ladrillo, uno de los escenarios de Treinta doblones de oro (Ediciones B), su nueva novela histórica, ambientada en esos años, paseaba el pasado jueves el escritor extremeño Jesús Sánchez Adalid (Villanueva de la Serena, 1962).

Además de retratar históricamente aquel cautiverio real, el autor de El mozárabe (2001) pretendía reflejar otro menos obvio. Su protagonista, el joven Cayetano, es contable de un hidalgo arruinado en una Sevilla venida a menos. "Es cautivo de su realidad, de la sociedad que le ha tocado vivir y que le impide emprender su futuro. Y como el futuro es tan incierto, no le queda más que batallar con el presente. Representa el concepto de precario, de las nuevas generaciones de la época que se toparon con la decadencia, causada por una malísima administración de los negocios de Indias, por unos gobernantes que gastaron toda la plata y el oro de América pensando que iba a durar siempre".

En la novela reproduce una frase sacada de documentos de la época, reflejo también de la actual: "Todo era causa de la desgana de quienes tenían encomendadas las tareas de gobierno; los cuales se habían preocupado más de su beneficio propio que del bien común". "El español ya tenía conciencia de que había habido malos gobiernos y mala administración --explica--. Las crisis pertenecen a la humanidad y el egoísmo y el medrar en beneficio propio es muy humano. Hoy, lo triste es la desagradable sensación de impunidad que tiene el ciudadano, que no es impune, que tiene que pagar sus impuestos y responder cada día de su trabajo. Es doloroso para la sociedad saber que hay personas que han gastado dinero público con tanta tranquilidad y liberalidad. Confío en que se les pida cuentas".

En contraste con el antiguo esplendor de Mequinez, con sus 47 kilómetros de muralla y 12 puertas, sus mezquitas y mausoleos, ciudad Patrimonio de la Humanidad, por cuyas calles repletas de historia se extasía este escritor y sacerdote, filósofo, teólogo, profesor y abogado que ejerció dos años de juez, Treinta doblones de oro también retrata una Sevilla cotidiana habitada por pobres y arruinados, pícaros, maleantes y gente de mal vivir. "Es un mundo de supervivientes, gente que busca sobrevivir como sea, 'si debo engañar engaño, si debo hacerme pasar por holandés para que se fíen de mi porque de los españoles no se fiaba nadie...'. Si querían ser honrados la sociedad no les dejaba".

Sánchez Adalid, con un millón y medio de libros vendidos a sus espaldas de las 14 novelas que ha escrito desde el 2000, llama la atención sobre el hecho de que en medio de la decadencia de esa sociedad, --también repleta de bastardos: "era muy religiosa pero muy hipócrita", reconoce-- floreció "el siglo de oro de nuestras artes, donde se produce lo mejor de la cultura, arquitectura, literatura y pintura barroca". "Las crisis obligan a los artistas a forzar su imaginación. La actual al menos terminará con una de las lacras más importantes de la cultura, que es el subvencionismo y el clientelismo político --opina--. El artista no debe vivir a expensas del erario público", señala.

Aunque ahora el arzobispado le ha trasladado a Mérida, donde además da clases de Magisterio en la Universidad, Sánchez Adalid se sigue sintiendo párroco de pueblo (lo ha sido durante dos décadas), orgulloso de su comunidad, y admite no ser un "escritor de gran ciudad sino uno que vive apartado del mundo impostado de ciertos escritores" tras confesar que la vocación de escribir le surgió durante un retiro, al décimo día de ayuno. "Empecé a escribir y salió una novela entera, La luz del Oriente , y mi padre me convenció de enviarla a la editorial y a la semana recibía un anticipo de Ediciones B para publicarla. Aluciné".

ADMIRA A LOS TRINITARIOS Treinta doblones de oro destila su admiración por la labor de los frailes trinitarios redentores. "Eran órdenes de caridad totalmente altruistas, que afrontaban grandes peligros porque recorrían España pidiendo dinero para rescatar a los cautivos y luego hacían un viaje durísimo hasta otras culturas para negociar con los administradores del sultán su liberación". Es en los archivos trinitarios donde se ha nutrido en gran parte para documentar la novela. Para Sánchez Adalid, que ya trabaja en otro libro ambientado en el siglo XVI, relacionado con Santa Teresa de Jesús por el quinto centenario de su nacimiento, "el armazón de la novela debe ser histórico porque la lógica de la novela histórica es el principio de verosimilitud. El lector debe tener la sensación de que lo que lee es verdad", aunque añade que "no hay que bombardearle con datos". Por ello, además del lenguaje acorde con la época y de los escenarios se basa en testimonios y hechos reales, como el sitio del ejército del sultán (de 80.000 hombres) a la plaza cristiana de La Mamora, en la costa marroquí, o la peripecia del Cristo Cautivo y Rescatado, más conocido como de Medinaceli (que no está en Medinaceli sino en Madrid).

Pero mantiene ideas propias sobre la actualidad. "El demonio tiene hoy un rostro muy claro. El del dinero --afirma rotundo--. Cuando se entroniza el poder