La censura la consideró «un novelón estúpido y confuso», si hacemos caso a los medios de comunicación. Los lectores la amaron profundamente. La crítica también: le otorgó un premio. Si leemos las que se publicaron ese año, constataremos también cómo es cierto que cada generación necesita de sus propias traducciones, porque el estilo era, digamos, un tanto ampuloso. Tenía 32 años cuando escribió La verdad sobre el caso Savolta, que el jurado del Cervantes ha considerado un hito en la historia de la literatura española comparable a la aparición de El Jarama, de Rafael Sánchez Ferlosio (deberían darle el Nobel a este señor). «Lo bueno y lo malo de mis novelas es que se leen bien»: eso ha dicho Eduardo Mendoza. Cuando llega una reseña de un libro en la que lo primero que dicen es que se trata de una novela que se lee muy bien (en alguna han llegado a escribir «y con un final previsible, pero inesperado»), eliminas el correo y te olvidas del título. Porque eso no se destaca: eso corresponde al lector.

Mendoza se lee bien. Cristina Fernández Cubas (premio Dulce Chacón) se lee bien. Hay un enorme mérito en la construcción de ese estilo, en la búsqueda de unas palabras que tengan su peso específico. Alguien bromeaba en la más bronca de las redes sociales, que es Twitter, sobre que la concesión del Cervantes a Eduardo Mendoza había tenido el extrañísimo mérito de no suscitar ninguna opinión en contra. De todos modos, lo divertido de los premios es hacer porras y adivinar, aunque en esta ocasión, lo sabíamos acotado: tocaba un español (por lo cual, no podía ser Mario Montalbetti); ya se lo habían dado a Elena Poniatowska, con lo cual no toca una mujer hasta dentro de diez o doce ediciones o veinte o yo qué sé (recapitulemos, para los que gusten de las estadísticas: María Zambrano en 1988; Dulce María Loynaz en 1992; Ana María Matute en 2010 y Poniatowska en 2013. Que no esté Carmen Martín Gaite en esa lista es algo que no se comprende bien, como tampoco se comprenderá que no estén Clara Janés, Cristina Peri Rossi o Pilar Pedraza). Y la cosa estaba entre Eduardo Mendoza o Antonio Muñoz Molina. Cuando Juan Mayorga cumpla más de 70, lo mismo se pueden plantear otorgárselo a él también. O a Alberto Conejero, si sigue así. Porque mujeres hay pocas, pero teniendo en cuenta que el Cervantes también se da a dramaturgos, la representación comienza y se acaba en Antonio Buero Vallejo.

Ah, nos gustan los premios y las listas. Algunos de esos premios sirven para que otros conozcan el trabajo que llevan a cabo algunas compañías, por ejemplo. Eso le ocurrió a Atalaya Teatro cuando ganó el Nacional. Varios años después presentan Materiales de la memoria, construida con algunos de los personajes que llevan poblando sus obras desde que comenzaron. Han elegido un texto de Oliverio Girondo para ilustrarlo: «Cúbrete el rostro y llora. Vomita. ¡Sí! Vomita, largos trozos de vidrio, amargos alfileres, turbios gritos de espanto, vocablos carcomidos; sobre este purulento desborde de inocencia». ¿Qué nos van a ofrecer con eso, durante dos días? Lo único que les puedo decir es que no se lo pierdan: desde Lorca a Medea, desde La Celestina a Ricardo III y La ópera de tres centavos, Atalaya ha investigado sobre los más grandes: Müller, Maiakovski, Brecht. Y Valle.

Ah, Valle. Ese señor que escribía obras de teatro como quien hace cine. También en Navalmoral se presenta La cabeza del Bautista, que estrenaron, en Madrid y Barcelona en 1924, Enrique López Alarcón y Cipriano Rivas Cherif. Avaricia, lujuria y muerte: se han puesto en el papel de sus personajes desde Julia Trujillo a José María Caffarel, Carmen Machi, Pepe Viyuela, Pedro Casablanc, Antonio Ferrandis y Florinda Chico. Ahora, la ha puesto en marcha El Desván, con Jimmy Barnatán como narrador y cantante y con José Antonio Lucía, que se marca un monólogo impagable y sensualísimo, con la risa desafiante de Pepa Gracia y con Francisco Blanco, que no se puede ser más acertado en esta vida que eligiendo a esos tres actorazos para interpretar al Jándalo, la Pepona y Don Igi.

Parte del ambiente de La cabeza del Bautista, que es real y onírica al mismo tiempo, me recuerda a las muñecas casi mujeres que pinta Ana Hernández San Pedro. A veces son sensuales, a veces son mar, porcelana, canciones de cuna, fondos oceánicos, naturaleza, flores, venus y centauros. Ha cambiado el formato (son más grandes ahora) y la personalidad. El mundo del arte, como todos, también es masculino. Y el de la guitarra: Mabel Millán contaba cómo, en los concursos son minoría: pero ahí están: probando que existen.

‘La cabeza del Bautista’. Viernes, 2 de diciembre. Ocho de la tarde. Teatro del Mercado (Navalmoral de la Mata).

Mabel Millán. Viernes, 2 de diciembre. ocho de la tarde. Aula de cultura de la calle Clavellinas (Cáceres)

‘Materiales de la memoria’, de Atalaya Teatro. Viernes, 2 y sábado 3 de diciembre. Nueve de la noche. Espacio Cinético Taktá (Navalmoral de la Mata).

‘Mi interior con vistas’. Exposición de Ana Hernández San Pedro. Galería de arte María Nieves Martín, en Villafranca de los Barros (Badajoz).