Lisa McInerney (Galway, 1981) escribió durante un tiempo un blog, Arse end of Ireland, traducible como El culo de Irlanda. Allí su álter ego Sweary Lady hablaba de la realidad dura de los barrios de clase trabajadora del condado de Cork, en el sur de la isla. La razón de que la bloguera se convirtiese en novelista fue el interés que despertó en el escritor irlandés Kevin Barry. «Me preguntó si había escrito algo de ficción sobre los mismos temas, para la antología de escritores irlandeses Town and country. Le dije que sí, aunque no lo había hecho, y me puse a ello inmediatamente. Una cosa muy bonita de la comunidad literaria irlandesa es que los escritores se apoyan mucho unos a otros. Ese apoyo fue fundamental, así que si tengo una novela es gracias a él». Y de allí salió Los pecados gloriosos (Alianza de Novelas), ganadora del principal premio británico para escritoras en lengua inglesa, el Baileys, antes denominado Orange, frente a finalistas como Anne Enright y Hanya Yanagihara.

Cinco personajes

En Los pecados gloriosos, cinco personajes en los márgenes de la sociedad (y que hablan en el musical inglés céltico de Cork, un auténtico reto para el traductor) se ven implicados en un asesinato accidental. Maureen, que tuvo que abandonar a su hijo concebido en pecado 40 años antes y ha regresado para descubrir que ahora es el jefe del hampa local, le abre la cabeza con un pesado suvenir religioso al novio de Georgie, una prostituta que se le cuela en casa. Ryan, un camello quinceañero, y su padre alcohólico, Tony, se ven implicados en la desaparición del cadáver. Georgie y otra compañera de profesión, Tara, lo complican todo bastante.

El blog Arse end of Ireland (hoy cancelado) apareció en el 2006, antes de la crisis, cuando parecía que el Tigre Celta iba a comerse el mundo. La novela trascurre después del hundimiento del sueño. ¿Es un relato del crash? «La crisis no fue homogénea para todos. El boom económico nos trajo momentos de locura transitoria. Los irlandeses empezaron a consumir más. Nos sentimos famosos. Íbamos a ser el gigante tecnológico de Europa… Y mientras tanto perdimos nuestra identidad nacional. Pero ese boom no se vio reflejado en la clase trabajadora, de la que formo parte. La pobreza y la miseria seguían en su sitio. La crisis ha afectado sobre todo a las clases medias, pero los que no nos habíamos enriquecido no lo notamos tanto», responde McInerney.

Los personajes de McInerney no notaron la bonanza, no apreciaron el desastre que llevó al rescate de Irlanda y tampoco están notando la recuperación económica. «A mí me interesa escribir las vidas de estas personas que están en la periferia de la sociedad, las que leen noticias sobre la recuperación pero no viven sus efectos», explica.

El peso de la Iglesia

Aunque Maureen mate a un pelirrojo escuálido con una imagen de la Virgen, la autora no cree precisamente en ese poder. De hecho, otro de los grandes cambios en la Irlanda popular es la disolución del dominio de la Iglesia en la vida privada. «Para nosotros -dice la escritora- el catolicismo es como una parte de nuestro patrimonio, de nuestra identidad nacional, en contraposición al protestantismo inglés. Pero no acatamos sus normas y los escándalos de la Iglesia han hecho que mucha gente no quiera saber nada más de ella. La manera de vivir ahora en Irlanda es ser católico pero sin tomarte muy en serio la religión».

Los protagonistas reflejan esta evolución. Maureen creció en un mundo en que el cura, la monja y los vecinos formaban una santísima trinidad. «Pero culpa de todas las desgracias de su vida a la Iglesia católica. Y continuamente muestra ese resentimiento. Su hijo, Jimmy, le dice que se olvide, que pase página, que todo eso forma parte del pasado. Esta sería la segunda generación. Y la tercera generación, la más joven, la de Ryan, es aquella sobre la que la Iglesia no tiene presencia alguna», relata la autora.

En el miserabilismo tan frecuente en la literatura irlandesa no falta una figura omnipresente, la del padre alcohólico y disfuncional. «Por desgracia, tengo que decir que es un estereotipo real», afirma.