APepe Navarro le tenían ganas. No debería sorprenderle que su vida amatoria haya sido tendida en el fregadero de la televisión, lejía, estropajo, salfumán, porque durante años él ha estado practicando con los demás esa técnica de blanqueamiento. ¿Venganza? ¿Una infección oportunista que aprovecha el debilitamiento del organismo? Tampoco son santitos los pseudoperiodistas que lo pasan por el rodillo. Un día llegarán nuevos inquisidores que despellejarán a estos antinavarristas. La tele es una cinta sin fin, un guillotinador de pollos. Todo presentador es candidato al desollamiento. Esa es la primera línea del contrato.

La lista de amantes de Pepe no me conmueve y sólo empezaré a dar saltos si aparece Condolezza Rice. Sí que me llama la atención que, en sólo un par de semanas, este hombre sin biografía sexual pública --hasta ahora-- se encuentre a punto de atrapar a los donjuanes con solera: Julio Iglesias y Bertín Osborne, ambos, cantantes, o no. Navarro parecía fuera del establisment de ligones y resulta que en su agenda ardían las páginas.

Y entre estarletes de pierna fina acaba de aparecer Ana Obregón. ¿Qué sería de España sin esta mujer? Todos los personajes intestinales del país están relacionados gracias a Obregón. ¿Qué tuvo Obregón con Navarro? Nada, pero la revista ¡Qué me dices! (¡a qué lecturas hemos llegado!) aprovecha la mueca torcida del pelícano para publicar unas fotografías de ambos en una parranda.

El caso de Pepe Navarro ya aburre: el desfilar de estrellas de ínfima división por los platós de programas igual de cutres. Acabará pronto. En la lejanía ya se escucha chillar a otra víctima.