Antonio Manuel (Almodóvar del Río, Córdoba, 1968) no necesita apellidos para reconocer toda su identidad y sus dos líneas sanguíneas: «mi abuelo Antonio es ‘el carbonero’ y mi abuelo Manuel ‘el latonero’, en realidad, yo me llamo como mis dos abuelos y, en todo caso, me gustaría poder llevar los apellidos de mis abuelas para así sentirme completo. Al no ser así, en mi nombre está toda mi identidad y mi genealogía». En realidad, a todos nos ocurre lo mismo. Yo podría firmar mis entrevistas como ‘la Palop, la hija de Marcelo’, y también sentiría lo mismo que nuestro protagonista. Sentiría que ahí está todo, pero es cierto que nos han borrado la memoria: la memoria cultural, patrimonial, artística..., y, sobre todo, la etimológica. Así, nos queda patente en este exquisito ‘libro flamenco’, como apunta su autor Antonio Manuel; y es que su obra ‘Flamenco. Arqueología de lo jondo’ es una de esas rara avis con las que una se encuentra en esta bendita pasión: Investigación, estudio, dedicación, dulzura, cariño, más cariño y recuerdos. Esos son los ingredientes con los que este firme defensor del legado andalusí, promotor de la candidatura de los descendientes de los moriscos andalusís al Premio Príncipe de Asturias de la Concordia y además, patrono de la Fundación Blas Infante, nos lleva, con su bellísima lectura, desde la ‘alacena’ al ‘zaguán’ del flamenco. ¡No saben ustedes, cómo les recomiendo su lectura! Ahora, pasen y lean.

--¿El flamenco es fruto de una persecución?

--Sí, pero, sobre todo, es el triunfo de la rebeldía. En el intento de ocultación en la memoria de los débiles, y frente a los que han intentado sepultar en los libros la historia, hemos logrado escribir en el aire. En la memoria de los que no olvidaron, aunque si olvidaron con el tiempo porqué lo hacían. El flamenco es una alacena del alma, un continente del sentío. Esta amputación de la historia llega a todos los ámbitos del conocimiento y también a la flamencología..., lo que he pretendido es que, respetando hasta el milímetro lo que se ha escrito en la flamencología moderna, es ir un poco más allá para demostrar que todo lo que existe es porque antes existió, y que solo nos faltaba la clave para entenderlo.

--Si el flamenco es la alacena, ¿qué es el zaguán para el flamenco?

--¡Qué pregunta más buena! Zaguán es una palabra sagrada, es la entrada al hogar..., de pequeño recuerdo a mis padres quitarse los zapatos porque sabían que entraban en un lugar sagrado, ese lugar previo donde se guardan los avíos, esa alacena..., esa es la diferencia. La alacena alimenta para sobrevivir el cuerpo y el zaguán alimenta para sobrevivir el alma. Y entiendo que el flamenco es eso. El flamenco es el zaguán donde los más humildes han sido capaces de conservar, la memoria de sus antepasados manteniéndolo en los sonidos. Porque claro, tú puedes destruir un monumento, quemar un papel pero, ¿quién encarcela un sonido? ¿Dónde puedes enterrar un melisma? ¡Es imposible! ¿Y qué ha hecho la gente? Pues reproducir lo que escuchó de sus antepasados porque piense que este pueblo, nuestro pueblo, mi pueblo, mi nación, es la de los débiles y lo que ha hecho, ha sido utilizar su memoria como arma frente al olvido. El poder siempre quiere olvidar a los que perdieron pero la gran paradoja de la historia es que los que perdieron no se van, se quedan. En todas las grandes derrotas los que perdieron se quedaron, y éstos son los que atesoran la dignidad y la herramienta más potente, que es poder decírselo de abuelas a nietos. La gran victoria es que las nietas han cantado el dolor y las alegrías, y eso ha formado el magma de lo flamenco, pero ocurre que a fuerza de tanto repetir, dejamos de saber lo que estábamos cantando. Y todo, porque la lengua que ponía nombre a esos sonidos fue perseguida y extirpada de los libros, condenada y perseguida, hasta convertirnos en extranjeros de nosotros mismos. Nos han convertido en ignorantes de la lengua que pone nombre a nuestros pueblos, comidas, monumentos, hasta llegar un momento en, ¡no saber por qué mi pueblo se llama como se llama! Vivimos en una tierra culturalmente milenaria. Vamos pisando por un suelo donde hay dólmenes que no cayeron del cielo, que fueron construidos por personas cultas e inteligentes, que no desaparecieron como dinosaurios.

--Sufrimos una desmemoria forzada…

--(…) la Hispania Bizantina es la heredera de la Bética, Al-Ándalus es la heredera de la Hispania bizantina…y la era flamenca nace cuando toda esa gente que no se va, mantiene el aroma de la diversidad como un símbolo de la resistencia ante los que nos quieren hacer todos iguales. El punto de inflexión en la historia es cuando nos hacen ver que para poder ‘ser’ de esta tierra, tenemos que ser todos iguales. Y nosotros venimos de una tradición donde no existe lo distinto porque no nos reconocemos como distintos. Ese ‘magma’ de gente es la que ‘pare’ el flamenco, por eso es la alacena de los sentidos, donde se estaba esperando que se le pusieran razón de ser.

--Ve todo lo negativo que acarrea una transmisión oral como algo positivo…

--Es que lo que hacía falta era incorporar claves antropológicas, etimológicas, históricas y sociológicas para poder entenderlo todo a la vez. Es que el desconocimiento no es una alacena hecha de cajones estancos, es que para entender lo que ocurre hace falta tener una visión holística de la realidad. ¿Quién iba a escribir el flamenco si los que lo están cantando son los condenados al alfabetismo? ¿Si son precisamente los que hablaban la lengua maldita, los que escribían la lengua maldita? Ellos son los que han mantenido esos sonidos en su garganta y en su alma. ¿Cómo lo van a escribir? Y cuando lo escriben lo olvidan. Conocí a una descendiente de judíos sefardís en Estambul y me contó que durante cientos de años sus abuelos, bisabuelos, habían cantado esas canciones en castellano antiguo, los conversos, canciones llenas de nostalgia, ¡y ni siquiera sabían turco! Entonces ella, por temor a que se perdieran, las escribió. Pues desde que las escribió la han olvidado. Mientras hizo falta la memoria y la oralidad para no olvidar, la gente siguió cantando, pero cuando depositas la memoria en otro lugar, ya no necesitas recordar. Por eso es tan importante que memoria y pueblo sean indisolubles. El flamenco es reconocido por todo el mundo menos por él mismo porque nos están mirando con otros ojos, pero, ¿por qué no nos miramos con nuestros propios ojos?, ¿por qué no escribíamos? Los que cantaban no podían escribir, no porque fueran un pueblo subordinado, menor o analfabeto, sino porque ellos tuvieron la grandeza de almacenar en su alma, en lo jondo, una biblioteca de luces, eso es el flamenco. En el fondo de los pozos es donde más luces hay, por eso se llama jondo.

--Atribuye a las mujeres como legítimas depositarias de este saber espiritual, ¿esto es feminismo, justicia, o las dos cosas?

--Las dos cosas. Las mujeres son las que han conservado con mayor pureza la verdad. En las casas, entre esas paredes, ellas siempre han creído en la vida por eso la llenan de macetas, de flores, olores, sensaciones, y esa memoria aparentemente frágil del pétalo de un geranio en la pared, es el símbolo más potente de la fortaleza del flamenco.

--Por eso el flamenco no es machista

--El flamenco es una expresión en un mundo machista, pero no porque el flamenco lo sea, sino porque el mundo que lo rodea lo es.