El extremeño Jesús Carrasco hizo una sorprendente entrada en fuego con Intemperie , una novela despojada, seca y furiosa, sin concesiones decorativas, con un argumento duro y un estilo en perfecto acorde. Un niño que huye aterrorizado no importa de qué, un secarral abrasado y polvoriento, la presencia de un cabrero hosco y providencial, la jauría de los perseguidores hechos a la violencia desmedida son los elementos con que se trenza el escueto y sólido argumento. Los personajes carecen de nombre, el lugar inhóspito podrían ser los Monegros, Almería o cualquier páramo infernal; el tiempo de la historia también está desdibujado, quizá los años 40 o 50 sin que eso sea determinante. Con esta narración de esencias, de impulsos y sentimientos primarios, Carrasco hizo una arriesgada apuesta por el simbolismo intemporal en un panorama narrativo dominado por el actualismo a todo trance. Y con un estilo parco y exacto, lírico a veces pero sin hojarasca, apostaba a la vez por una literatura que devolviera al lenguaje su primacía. Este debut revelaba, pues, un talento narrativo extrañamente maduro. DOMINGO RODENAS