La escena tuvo lugar en su caótico despacho de director de la Opera Comique de París durante la media parte del musical La revista negra , a principios del año 2007. Jérôme Savary ofrecía una copa de champán a sus invitados: un alto cargo del Ministerio de Cultura francés con su peripuesta esposa, media docena de amigos de la farándula, dos jóvenes azafatas y esta periodista, que iba a entrevistarle tras el espectáculo. Con su desbordante jovialidad, Savary presentó a las azafatas --a las que había conocido el día anterior en el vuelo Ginebra-París y que jamás habían pisado un teatro--, gesto de familiaridad que incomodó visiblemente al envarado alto cargo. A Savary, refractario al elitismo y a la arrogancia, le divertían este tipo de situaciones.

Su muerte, el lunes, a los 70 años, víctima de un cáncer, trascendió ayer dejando tras de sí 50 años de una prolífica carrera como director de un centenar de espectáculos, además de un precioso legado: haber desempolvado a los clásicos y democratizado el teatro desde prestigiosas instituciones públicas. Con su desaparición, Francia pierde a uno de sus artistas más populares, creador en 1966 de la compañía Grand Magic Circus, director del Teatro Nacional Chaillot (1988-2000) y la Opera Comique de París (2000 -2007).

Nacido en Buenos Aires en el seno de una familia exiliada a causa de la guerra, se instaló en la capital francesa en 1964. Apasionado de Shakespeare y de Offenbach, revolucionó el teatro atreviéndose con novedosas puestas en escena, que ensayó con éxito en Montpellier y Lyón antes de aterrizar en París.