Tras la estelar jornada competitiva del martes, de la que salieron dos obras enormes que, coincide la crítica, se repartirán los dos premios gordos --el Oso de Oro y el Especial del Jurado--, la Berlinale volvió ayer a dejar claro que, este año, el gran pecado de su selección de películas no es tanto la falta de calidad como la falta de magnitud. Es cine que da igual, que no importa. Sin ir más lejos, irrelevancia, tibieza y apatía son calificativos idóneos para describir, respectivamente, las tres películas presentadas ayer a concurso y fuera de él.

Mi mejor enemigo , de Wolfgang Murnberger está centrada en los hiperbólicos enredos que dos amigos de infancia, uno judío y otro nazi, protagonizan durante la Segunda Guerra Mundial. Es una intriga tonta, trufada de humor y llena de descosidos.

Por otra parte, el director turco Seyfi Teoman esboza un triángulo amoroso no consumado en Our grand despair , que en su esfuerzo por soslayar los excesos melodramáticos asociados al subgénero se muestra incapaz de provocar verdadero impacto emocional y de ahondar en sus pretendidas reflexiones sobre la amistad y la pérdida. Destaca eso sí, el trabajo de sus dos intérpretes masculinos. Por último, en Un mundo misterioso , el director Rodrigo Moreno quiere hablar de la parálisis que sufre la sociedad argentina al borde de la ruina económica pero únicamente demuestra lo difícil que es hacer la película sobre la apatía y el vacío existencial que no resulte mortalmente aburrida.