Comenzó con el homenaje cinematográfico que Antonio Gil Aparicio, con casi medio centenar de testimonios, ha titulado El viaje hacia alguna parte. El teatro no tiene solo un camino. Es múltiple, con distintos objetivos según las compañías (que les programen, llenar las salas, arriesgarse, poner el acento en los temas políticos -todo es política, señores, desengáñense-, hacer reír). Los documentales también exigen un punto de vista. Este, que esperamos ver pronto en las sedes de la Filmoteca de Extremadura, quiere contribuir a dignificar la profesión. En 2017 se le sigue preguntando a los futuros actores por qué, mejor, no estudian una carrera provechosa. Una carrera de verdad. El mercado laboral es un monstruo obsceno: mejor que la gente estudie lo que quiera: no van a ser millonarios, pero, al menos, no vivirán su única vida haciendo algo que no les guste. Por eso hay quien se mete y por eso hay quien lucha.

En todas partes. En México, algunas compañías extremeñas (como El Desván) lo saben bien, hay una escena potente en el mundo del teatro. Pero hay espectáculos que no son demasiado vistos siquiera en ese país, aunque provengan de compañías mexicanas como Lluvia de Palos. Ellos tienen dos vertientes: una, la danza. La otra, los instrumentos.

Antes de que Cristóbal Colón llegara al continente, en Mesoamérica (que comprende la mitad de México y algunas otras partes de varios países más, como El Salvador, Guatemala, Costa Rica o Belice), se usaban instrumentos de percusión con nombres tan preciosos como huéhuetl y el teponaztli, que son clases de tambores. Bueno, en realidad los hay de diferentes tamaños y que emiten distintos sonidos. Se usaban en rituales: no hay ritual sin tambor, se dice en México. También utilizan pequeños percutores como el ayotl, que es un caparazón de tortuga; los omichihchikoni y kuauhchihchikoni, que son raspadores de hueso o madera; o las ayakachtli, sonajas de diversos materiales. Hay sartales de frutos secos, semillas, conchas y, por supuesto, la olla de barro, tan importante en todo el mundo, para la música y para la comida. Y diosas, también van a poder ver diosas, lo cual da mucho calorcito cuando vienes de una cultura en el que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son varones.

Hubo otra mujer, fundamental en la historia de la lengua castellana, a la que la compañía Nao d’Amores reivindica ahora. Lo hace Ana Zamora, su nieta. Es María Josefa Canellada, discípula de Menéndez Pidal, Américo Castro, Pedro Salinas o Rafael Lapesa, esposa de Alonso Zamora Vicente… y quien se quedaba cuidando de los hijos cuando él se iba. Lo aceptaba, cuenta la directora de la obra: quizá ni se lo planteó: era su papel en la sociedad, a pesar de que, intelectualmente, era una mujer poderosa que, si quería escribir, se tenía que levantar a las cinco de la mañana, porque después había prole que cuidar. Estudió las leyendas, los cuentos, las tradiciones, los refranes, la pronunciación del español, el bable de Cabranes (era de esa tierra maravillosa de Asturias) y enseñó en universidades de prestigio. Luego llegó la guerra.

Camilo José Cela decía de ella algo precioso: «Debió ser en el año 1934, o quizá en el 1935, cuando conocí a María Josefa; yo tenía dieciocho o diecinueve años e iba para poeta y ella tenía veintidós o veintitrés y ya era sabia. Ahora, viejos los dos, seguimos compartiendo aficiones y veneraciones y no hemos dejado de amar a nada de lo que amamos siempre con cierto descaro: la verdad, la libertad, la cultura, la literatura y el arte, pudiera ser que entre otras bazas menores».

Eva Rufo la interpreta aquí. La obra cuenta cómo ayudó a las víctimas de la guerra civil, enrolándose como enfermera, primero en el hospital de Izquierda Republicana en Madrid, y luego en lo que fuera la antigua sede del penal de Ocaña, transformado en aquel momento. De hecho, Canellada escribió algo que calificaron en su día como una novela y que quedó finalista del premio Café Gijón, pero que en realidad era su diario. Se llamaba Penal de Ocaña y no se puede leer porque está agotado desde los años 80 y ninguna editorial lo publica, a pesar de que Ana Zamora ha hablado con varias. Esto es España y España, que suele ser ingrato, muy ingrato, con sus grandes figuras (no vamos a recordar ese año Cervantes, porque tenemos suficiente edad como para saber que no hay que traer a la memoria hechos luctuosos) funciona así. A lo cutre.

Y, sin embargo, a pesar de que, en lo general, el Festival de Badajoz cumple 40 ediciones. Y nos trae también la revisión de Marat/Sade de Atalaya para que volvamos a reflexionar sobre el individualismo y la colectividad. Algunos lo tenemos claro: no hay sino héroes colectivos.

‘Penal de Ocaña’, de Nao d’Amores. Viernes, 20 de octubre. 21.30 horas. Festival de Teatro Vegas Bajas. Puebla de la Calzada. Casa de cultura.

‘Ojos de tierra’, de Lluvia de Palos. Sábado, 21 de octubre. 21.30 horas. Festival de Teatro. López de Ayala (Badajoz).

‘Marat/Sade’. Domingo, 22 de octubre. 21.00 horas. Teatro López de Ayala (Badajoz).