Encontrar las palabras / elementales. Aprender / cómo decir ‘perdón’ en el idioma del que irrumpe, / y ‘buenos días’, y ‘toma’, / y ‘he venido a conocerte’, aprender / cómo decir ‘gracias’ en el idioma / de los que también rasgan / y también / se desgarran, / cómo decir / ‘café’, ‘cariño’, ‘patria’, / ‘shalom, salam aalaikum’, aprender / cómo se dice ‘pasa, entra, esta es mi casa’ / en un país al sur del que apenas / quedan ruinas, aprender / ‘obrigada’, ‘spasiba’, aprender / qué colores no existen en las lenguas de África. / Y cómo responder que sí en Pekín. / Llegar a las ciudades y descubrir / los entresijos del mercado, / entender, / aprender / cuál es en cada tierra / la etimología de ‘alma’, y de qué modo / saludaban al miedo mis bisabuelos. / Encontrar las palabras elementales. / Y luego hablar.

Con este poema suele empezar Laura Casielles sus lecturas. La poesía es, sobre todo, encuentro. No existe sin el lector, para empezar, pero ¿cómo saber, entre todo el mercado de novedades, de editoriales que pagan para que les reseñen en suplementos, qué es paja, qué es grano, qué poemas nos harán resignificarnos y ser comunidad?

Rafael Courtoisie me contaba que leyó que muchas profesiones desaparecerán. Que las más mecánicas las podrían desempeñar robots: cajero de supermercado, reponedores en lineales. Nacerán otras nuevas y querremos también encontrarnos con otros. No solo con quienes palíen la soledad, con quienes nos besen, nos abracen, nos riamos. Con otros desconocidos, también, porque no somos tan extraños al fin los unos y los otros, que nos puedan contar. Recuerdo a Leónidas Arán Narros, que es filósofo y decía en un vídeo sobre transexualidades de la Fundación Triángulo que había que descubrir cómo quieres que te lean los demás. Porque a todos nos leen siempre. Nos interpretan.

Cuando una historia de amor se acaba, los dos que la protagonizaron cambian el relato de lo que les ocurrió. Comienzan a usar palabras gastadas. Los discursos políticos también. Somos nosotros los que podemos cambiar el significado, socialmente, por más que, como ya nos enseñó Lewis Carroll hace algún siglo, lo importante sea saber quién manda y cómo manda y qué dice que hay que creer y cómo hay que dirigirse a los demás. Recuerdo un cartel en una estación madrileña: «Si alguien tiene alguna duda de qué autobús coger, no le responda. Puede ser un carterista». Me desazonó. A mí se me acercaron dos chicos, checoslovacos, porque entonces sí existía su país. No me quedé sin cartera.

Prefiero perder la cartera a pensar que cualquiera que se acerque es un enemigo al que hay que mirar con miedo y desconfianza por si te roba. Encontrar las palabras elementales, las palabras desnudas y luego hablar con los otros, de manera precisa, perfecta, buscando unión, si es que esa unión es posible porque, seamos honestos también, hay muchas veces en que las posturas son irreconciliables.

Lo escribió también Courtoisie: «Las peores víctimas son las que ocultan por orgullo o ignorancia su condición, porque esas se vuelven tigres al tenderles la mano y no quieren el agua de la alegría. Se esconden para lamentar la pérdida de una comarca cuando lo que estaba en juego era el Reino. Se lo juegan al mínimo rencor. Y lo pierden».

Existen hasta nombres de países que comienzan a perder el significado, por apropiaciones, por prostitución de los símbolos, por fisuras sociales. Caen imperios: la poesía sigue, dice Courtoisie, que también subrayó: «No tendrás país aunque te acuses ante los jueces. Cualquier bandera que dibujes caducará. Cuando recuerdes el nombre de una patria, olvídalo antes que sea tarde. Olvida recordarlo. Inventa un himno que sólo pueden cantar los pájaros caídos. Ponle tu nombre a la derrota. Esa será la patria».

La poesía, al final, tiene que ver con una palabra que puede parecer gastada y que puede también tener mala prensa: el sentimiento. Si esto lo digo yo, queda cursi. Si digo que me lo dijo un uruguayo, premio Casa América, premio Blas de Otero, premio Loewe, cambia el significado, cambia la percepción. Esa cualidad extraña del lenguaje también nos afecta a las mujeres, que tenemos discursos menos escuchados, menos tenidos en cuenta, menos tenidos en serio.

Los dos, Courtoisie y Casielles, cada uno en su generación, con sus lecturas, sus visitas y vivencias en países distintos y su pertenencia a naciones distintas, hablan de amor, de unidad, del otro. Del otro también en los encuentros desnudos, como agujas y clavos y humedad y excitación. Con su ternura y denunciando los hurtos de ocho siglos de cultura musulmana en España y de la escritura en castellano actual en los territorios de las excolonias españolas.

El mundo cada vez es más pequeño. El animalillo hembra que quiere sangre para dar de comer a sus hijos también nos contagia el dengue. La supervivencia también necesita de cierto coraje cívico, de más diálogo, más ocupación de espacios públicos, más encuentros y más democracia. Y sí: más poesía.

Laura Casielles en Cáceres. Sábado, 13 de abril. 13.00 horas. Librería El Pájaro Azul (Cáceres).