—¿Su libro es una crítica a… casi todo?

--Más que una crítica te diría que es una confesión novelada, en forma de novela. Hombre, es una crítica en el sentido de que yo soy un escritor crítico y en esta ocasión escribo sobre mi oficio y lo hago de forma crítica y reparto un poco de leña a editores, críticos, a los ambientes literarios… pero, sobre todo y en todo caso, sería una crítica a mí mismo, una especie de pelea conmigo mismo. Son el joven Álex y el veterano Saldaña que son dos proyecciones de mí mismo, mi doctor Jekyll y Mr. Hyde a quienes pongo uno enfrente del otro, el escritor joven lleno de ilusiones frente al escritor veterano lleno de desengaño. No ha sido una intención de pelearme con el mundo tanto como de someterme a mí mismo a un castigo.

—¿Necesitaba someterse a ese castigo?

—Yo creo que sí. Una de las cosas más sabias de los antiguos era esto que se llama la penitencia, el purgar tus culpas, reconocer tus errores e imponerte un castigo. Todos en la vida necesitamos recapitular sobre los errores del pasado, reconocerlos públicamente y apechugar con las consecuencias y es lo que he querido hacer en esta novela. He querido contarles a mis lectores lo que ha sido para mí la vocación literaria y, al mismo tiempo, mostrarles cuáles han sido mis traiciones o mis claudicaciones a esa vocación.

—¿Ficcionarla ha sido algo necesario para poner distancia con el relato?

—A mí, el género autobiográfico o memorístico me parece un poco petulante sobre todo porque cuando lees una memoria en el fondo lo que te están queriendo decir es que lo ocultan todo. En cambio, he querido hacer lo contrario, una novela. Nada de lo que me ha sucedido a mí lo cuento de manera directa, todos los hechos de la novela son ficticios pero todos están elaborados a partir de impresiones, de sentimientos, de estados de ánimo por los que yo he pasado y ahí sí que he sido muy sincero. Más allá de que la trama y la intriga de la novela sea una pura invención, el trasfondo espiritual e intelectual que hay en la novela es muy personal y sincero.

—También sirve para denunciar la decadencia de un sector y hasta de la sociedad.

—Es una forma de mostrar novelescamente una serie de fenómenos que han ocurrido en los últimos años y que son evidentes. Es decir, la literatura ha perdido relevancia social. Un escritor se ha convertido en un personaje irrelevante y esto ha ocurrido en muy poco tiempo. Paralelamente a este desprestigio o desvanecimiento del escritor ha discurrido un fenómeno paralelo que es la depauperación o el encanallamiento de la industria editorial que cada vez para mantener unas cifras de venta edita unas cosas verdaderamente penosas.

—¿Se ha perdido el oficio de escritor?

—No, ha perdido relevancia y ha dejado de ser un medio de vida. Decía Larra que escribir en España es llorar, yo diría que hoy que escribir en España es morirse de hambre. Esa es la consecuencia inmediata de una sociedad que ya no puede alimentar a sus escritores. La pregunta que nos podemos hacer es que seguramente con esto nos liberamos de muchos parásitos sociales pero seguramente hay muchos escritores verdaderos, dotados, que podrían aportar cosas muy buenas a la sociedad que son personas anónimas, no reconocidas y eso es algo sobre lo que debería reflexionar la sociedad.

—¿Tiene que ver con una pérdida de valores en la sociedad?

—Creo que esas cosas no se pierden, es decir, si leemos a Cicerón o cualquier clásico de la antigüedad descubrimos que las virtudes de aquella época son las mismas que hoy, sí creo que esas cosas se pueden relegar pero no se pierden. Vivimos en un momento de la historia de descentramiento colectivo, estamos muy descolocados, muy confusos pero una visión esperanzada del futuro nos indicaría que quizá esta es una etapa pasajera. No debemos pensar que vamos camino de la barbarie, no necesariamente. En este sentido quiero ser optimista y pensar que habrá un momento en el que decidamos hacer las cosas de otra manera.

—Y quizá volver a la literatura...

—Nunca hemos dejado la literatura pero por esta confusión a la que aludo, porque vivimos en un momento donde hay nuevas formas de ocio tecnológico, que nos parecen más atractivas es verdad que nos hemos divorciado de nuestros vicios de antaño como era la lectura pero me resisto a pensar que eso es algo que se pierda en la noche de los tiempos. A lo largo de la historia ha habido muchas épocas en las que los hombres rompen con todo el legado del pasado y se sumergen en un túnel. Creo que ahora estamos en una época de estas pero también pienso en la capacidad que tenemos los seres humanos de rectificar.