La voz narrativa de Antonio Escohotado abre el nuevo disco de Macaco, Civilizado como los animales, bautizado en honor al éxito de 1977 del brasileño Roberto Carlos (cuyo título es El progreso). Un artefacto de intenciones tan poéticas como agitadoras, con vistas a la rumba y al Magreb, a la raíz y al dub, y que cuenta con una impactante nómina de invitados: Serrat, Jorge Drexler, Estopa, Sílvia Pérez Cruz, el Niño de Elche, Visitante… Hablamos con Dani Carbonell.

—Lo de que los animales son más civilizados, ¿no es un poco exagerado?

—¡Para nada! La canción de Roberto Carlos la había oído de pequeño, estuvo prohibida por la dictadura y fue el primer hit medioambiental en la música hispano-latina. Englobaba bien el mundillo de estas 13 canciones: mucho experimento, diferentes colores… Representa volver a la esencia de las cosas, la devolución.

—En el disco colabora mucha gente. ¿No teme que la atención se desvíe hacia esa acumulación de nombres?

—Confío mucho en las canciones. Representan un momento muy efervescente, donde la mezcla vuelve a estar en boca de todo el mundo porque la gente se ha cansado de las estructuras de la música anglosajona. Al hacer este disco vi tres ramificaciones. Una, la del cantautor galáctico: Blue, Quédate, Lenguas de signos… Con mandolas, cajas de ritmos 808 mezcladas con arreglos a lo Ennio Morricone…

—’Blue’, ¿tiene su origen en Carl Sagan?

—Sí, yo soy muy fan de la física cuántica, y hay mucha poesía en su imaginario. En esto, Jorge Drexler es el maestro: Todo se transforma. Hay muchos símiles con la ciencia en su música. Y en Blue es evidente. «Las estrellas dicen que nosotros somos los fugaces».

—¿Cuáles son las otras dos ramificaciones?

—Una es la más experimental: acordes medio morunos, dub, electrónica minimal, hip-hop… De serie, Ovejas negras, Valiente…

—¿Y la última sería la más celebrativa, la de ‘Somos la fiesta’?

—Sí, el imaginario que yo llamo más de Bob Marley. La rama más positiva, con letras más sencillas, la de Bailó la pena o Somos la fiesta.

—En esta última está Estopa.

—La naturalidad es la más difícil de las poses, y ellos son muy rumberos y muy de verdad. Esta canción la escribí después de ver el documental de Robert Trujillo, amigo mío, sobre Jaco Pastorius. Le preguntan a Jaco: «¿Dónde está la fiesta?». Y responde: «¡Nosotros somos la fiesta!». Quise hacer un homenaje a los Gipsy Kings, al Pescaílla, a Peret, a Gato Pérez… La rumba es nuestro funk.

—Siendo amigo de Robert Trujillo, actual bajista de Metallica, ¿no sería usted quien le sugirió que el grupo homenajeara a Peret con ‘El muerto vivo’ en sus conciertos en Barcelona?

—Sí, sí… El año pasado, cuando el Palau Sant Jordi, yo estaba con él. Le puse cosas de Peret, de Gato Pérez… Cuando yo era pequeño tenía una banda de hardcore, Dr. No, y coincidí con él por Europa cuando estaba con Suicidal Tendencies. Tuvimos un proyecto que no salió, con el batería de Jane’s Addiction (Stephen Perkins) y el bajista Armand Saba-lecco. Pero lo fichó Metallica, que es como si te fichara el Barça. ¡Los Rolling Stones del metal!

—Canciones como ‘Ovejas negras’ representan una idea de reparación colectiva: «Éramos niños raros, hoy volamos libres…».

—Esta canción es una oda a la diferencia, a los que se nos ha intentado tapar. Gente que hemos hecho trabajos más introspectivos, porque igual no éramos buenos jugando a fútbol, o porque uno era gay o al otro no le gustaba lo que tenía que gustarle. La canción desemboca en la sweet revenge de la poesía clásica, la dulce venganza.

—¿Cómo se hace para que Serrat colabore en un disco tuyo?

—Nos habíamos saludado una vez, pasaron los años y él estaba ensayando para su gira en Poble Nou. Y yo también. De repente lo vi: «Perdona que te moleste, tengo una canción, Blue, y me gustaría no que cantases, sino que dijeras la introducción». «¿Cómo que no cante?», se sorprendió. «¡Va, pásamela! Yo soy muy sincero, ¿eh? Si me veo, me veo, y si no, pues nada». La grabó en Argentina.

—Mezcla al Niño de Elche y a Raül Refree con el rapero Nach.

—El Niño es el nuevo Morente. Mucho, mucho, nivel. Me dijo que en un festival de flamenco hizo unas bulerías con letra de Nach y le empezaron a tirar de todo, y dijo «fuck it!». Pero también mucha gente devolvía elepés de La leyenda del tiempo, de Camarón, que es el disco más maravilloso que hay.

—Ya hace más de 20 años que Macaco comenzó a caminar. ¿Considera que ha influido en grupos actuales como Txarango o La Pegatina?

—No mucho. Son muy amigos, pero lo suyo es más pachanga. A mí me gustaba el dub y la electrónica de Mano Negra en Casa Babylon, aunque siempre fui más de Pata Negra. La parte pachanguera yo no la practico. Con La Pegatina he grabado, ningún problema, pero musicalmente no tenemos nada que ver.

—¿Cree que existe o que existió el sonido Barcelona?

—Yo no lo creo. Hay muchas barcelonas, igual que ocurre con Madrid. Ahora están pasando muchas cosas aquí, igual que en Santander, en Granada, en Bilbao… Mucha mezcla, y terceras generaciones.

—¿Quizá cree que aquel signo de distinción barcelonés ya ha dejado de marcar una diferencia porque la mezcla está en todas partes?

—Sí, en Madrid no pasaba, y ahora pasa. Igual que en París pasó antes que en Barcelona. En Madrid hay también una efervescencia. Aunque la ciudad portuaria es una realidad: yo me he criado con africanos, franceses, latinoamericanos… Y la acusación de apropiación de las culturas me pone muy nervioso. Como lo de Rosalía; me descojono. Y antes que ella, Ojos de Brujo fue la banda más grande de fusión. Y Carles Benavent revolucionó el bajo del flamenco y es catalanísimo.