Que el título protagonista de la descafeinada primera jornada competitiva de la Berlinale fuera ayer Margin call se entiende por dos motivos. El primero tiene que ver con la probabilidad: la crisis del sistema financiero mundial se está convirtiendo en un tema cinematográfico tan recurrente como hasta hace poco lo eran las guerras de Irak y Afganistán. El segundo, con el sonido de los flases o, en otras palabras, con la posibilidad para el festival de tener a Kevin Spacey y Jeremy Irons paseando por su alfombra roja.

"Se nos ha querido convencer de que la crisis ha sido un caso de excesiva avaricia por parte de unos pocos individuos, pero en realidad lo que provocó el fracaso del sistema es la avaricia a pequeña escala de toda la sociedad, cada uno de nosotros", opinaba ayer el director J.C. Chandor, cuyo debut imagina una tensa jornada y media en el seno de una compañía de inversiones de Wall Street --probablemente inspirada en Lehman Brothers--, cuyos responsables deciden verter al mercado miles de millones de dólares en hipotecas tóxicas para salvar el cuello. Es, más o menos, lo que sucedió en el 2008.

Margin call trata de introducirnos justo en el centro de las tomas de decisiones que condujeron a ese descalabro, de mostrarnos la mezcla de ambición y terror y astucia de quienes se fueron con los bolsillos llenos.

En sus mejores momentos, Chandor parece tomar ejemplo de los guiones de David Mamet y alcanza algo ligeramente parecido a la tensión claustrofóbica de 12 hombres sin piedad. El director pretende retratar cómo cada uno de sus personajes, piezas de diferente importancia dentro de la empresa, responden a un dilema moral y logístico, y así incitarnos a tomar partido por algunos de los ingenieros de la crisis. "Humanizar un personaje como el mío fue todo un reto, porque ya no nos acordamos de que hubo un tiempo en el que los agentes financieros no eran considerados la gente más horrible del mundo. Muchos eran gente normal que se limitaban a cumplir órdenes y, eso sí, cobraban muchísimo dinero", explica Spacey.

VAGO Y ABSTRACTO El gran problema de Margin call es que, por no querer pasarse, no llega. En otras palabras, nunca cae en el didactismo, pero a costa de no ofrecer siquiera explicaciones mínimas más allá de lo vago y lo abstracto. Considerando que la debacle ha acaparado periódicos y noticiarios durante los últimos dos años y medio, no eran necesarios tantos miramientos con el espectador. Además, se esfuerza tanto en esquivar el melodrama que se aleja de todo drama. La mayoría de sus personajes y sus incertidumbres morales carecen de fondo. Apenas importan.

Tampoco entusiasmó El premio , drama autobiográfico de la argentina Paula Markovitch que recuerda la dictadura militar a través de los ojos de una niña de siete años. Pese a que por momentos retrata con brillantez la tensión entre la expansiva energía de la pequeña y el mundo opresivo en el que se ve obligada a esconderse, peca de una narración morosa, afectada, por momentos histriónica y, sobre todo, injustificablemente hinchada hasta las dos horas de metraje. "Ahora que he hecho esta película siento que debemos cuidarnos mucho los unos a los otros", comentó ayer la directora. "Tras las dictaduras y los genocidios una sociedad queda muy lastimada durante un largo periodo".