A Eduardo Mendoza le sorprendió la noticia de que el jurado del premio Cervantes se había acordado de él en Londres: y es que aunque vive a caballo entre la capital inglesa y Barcelona, pasa mucho más tiempo en su apartamento en el «pijo» barrio de Chelsea. Ese día organizó una acelerada rueda de prensa en la sede londinense del Instituto Cervantes, pero su paso por Barcelona permitió la semana pasada concertar una conversación más reposada con un pequeño grupo de periodistas en el Museu Marítim (a primera hora de la tarde, tras una comida con dos viejos compañeros de pupitre, desde los 6 y los 13 años, con los que queda porque, confiesa, le dicen «las verdades»).

«Estoy allí tanto como puedo. Me gusta mucho ser extranjero. Me encanta. Yo soy un emigrante al revés, cuando me va bien me voy», explica. En Londres va al teatro, a exposiciones y al cine, aunque puede sentirse allí como «en una estación espacial» y aislarse «del ruido público y la vida social más intensa» que resulta inevitable en Barcelona. «Creo que me he ganado el derecho a taparme las orejas y creo que también tengo el deber de hacerlo; en este momento hay una o dos generaciones que han de hacer lo que ellos crean que tienen que hacer, sin que los viejecitos, como hacían con nosotros, les digan no os metáis en líos».

«Yo no llevo ninguna bandera», dice refiriéndose a la defensa de la literatura de ficción en un momento de la conversación. Preguntado sobre los nacionalismos, en el contexto del Brexit, dice que lo que le molesta es que «baje el listón de la inteligencia de las personas», además del evidente «chauvinismo cultural» de los ingleses y en general «los movimientos del mecachis qué guapo que soy». Frases interpretables, en Barcelona, en sentido local. Quizá ese peligro sea el ruido que le ha hecho huir…

Es inevitable apretarle un poco más al respecto, con los circunloquios necesarios para respetar, al menos formalmente, su decisión de no voler soroll. «Si la pregunta es si me he ido de aquí por la situación política, la respuesta es no», responde Mendoza, que momentos antes ha recordado que en Cataluña -«los premios oficiales que había recibido hasta ahora eran todos catalanes»- no se le han regateado reconocimientos.

En un encuentro en Segovia, recuerda, que acabó girando obsesiva y agresivamente sobre Cataluña, Mendoza dijo que no era independentista pero que rechazaba el discurso que allí se había puesto sobre la mesa… Y lo que aquí llegó, lamenta, fue el no soy independentista. «Me gustaría que los planteamientos no sean ni viscerales ni simplistas. Igual que debemos poder discutir sobre los toros sin decir que es La Fiesta Nacional o que pobres animalitos cómo sufren. Debemos hacer un esfuerzo por razonar, no por ver qué bandera lleva cada uno. Yo me peleo con unos allí con otros aquí, y estoy en el medio, cruzado».

EL PREMIO CERVANTES / ¿Qué ha supuesto el reconocimiento del premio Cervantes? «A estas alturas lo del reconocimiento…», responde. Para corregir inmediatamente el tono, para no parecer displicente: «He de saber llevarlo y andar por la cuerda floja. No puedo decir que no vale nada ni tampoco que qué importante soy». «Este premio -añade- tiene algo muy especial, que son los antecedentes. ¿Quién tiene el Cervantes? Miras la lista y están Jorge Luis Borges, Dámaso Alonso, Octavio Paz… es una lista enorme, porque en la literatura en lengua española hay mucho donde escoger, y no hay ninguno que no deba de estar en ella. No como el Nobel», añade el escritor barcelonés. «El Cervantes, en cambio, donde pone el ojo, pone la bala… aunque quizá sea yo el principio de su descarrilamiento», bromea.

Es tentador ver a Mendoza con sus buenas maneras y su traje de lana y destacar su talante anglosajón. «Cuando llevas mucho tiempo viviendo en un país anglosajón que te llamen anglosajón ya no es un halago», bromea. Aunque, cree, una literatura «que ha creado a Holmes y Drácula mientras que los otros vamos todo el día con el Quijote es de las más importantes y seguramente la más divertida». ¿Riesgo de herejía viviendo de un premio Cervantes? «El Quijote es extraordinario», dice. Lo está releyendo, porque es tradición citarlo en el discurso de recepción del galardón, el 23 de abril ante los reyes. Y reivindica la primera parte, ahora que, signo de los tiempos, cree, toca elogiar la segunda. Quizá ese sea un tema a desarrollar en ese discurso aún no escrito…

¿DYLAN, POETA? / Ese cuestionamiento de la nómina del Nobel de Literatura, ¿es quizá una crítica velada a la concesión del galardón a Bob Dylan? «No, me parece estupendo. Yo he crecido con Bob Dylan. Quizá el premio Nobel debería ir a alguien que escriba más que cante, pero a lo mejor la Academia Sueca ha decidido abrir un poco el campo», dice. ¿Son poesía las letras de Dylan? «Soy muy mal crítico, y más de poesía. Pero lo cierto es que nunca se me ha ocurrido valorar así ni a él ni a otros cantantes, ni sentarme a leer un libro con sus letras». Pero a Mendoza, tan polite, y enfrentado también al reto de reaccionar ante un galardón de gran calibre, ¿qué le parece la huraña respuesta de Dylan al galardón? «Yo habría ido rápidamente a dar las gracias, pero no soy Bob Dylan. Él, además de ser un gran artista, es toda una historia, es historia de la música, es historia de la cultura, es historia de la historia… la pregunta es si de ha de premiar literariamente un recorrido histórico, aunque estemos en un momento de mezclarlo todo».

¿FIN DE ÉPOCA? / El día en que se anunció el Cervantes, Mendoza confesó una sensación de fin de ciclo. «Todo el mundo se siente en un fin de época. Pero ya no sé si el fin es de una época o mío. La realidad pasa por unos caminos en los que yo estoy en la cuneta, pero no quiero ser un viejo refunfuñón, la información de la que disponemos hoy hace que el más tonto sepa más que el más sabio de hace 100 años». Eduardo Mendoza tiene una visión muy relativizadora de su propia obra: «Nunca he creído que mi obra deba formar parte de una misión, de una creación artística, de un mensaje. Pero algún sentido debe de tener; nos comunicarnos por muchos medios, y la fantasía y la ficción son uno de ellos; una combinación de recuerdos personales, experiencias intransferibles, modelos aprendidos, que nos permite reconocer nuestra realidad». La ficción, añade, es «una puesta en perspectiva» de esta realidad que cuenta con un instrumento: «La identificación del lector con personajes diversos; los niños, en sus cuentos, con ranitas y conejitos, mientras que para los adultos el conejito es Madame Bovary o las novelas de Elena Ferrante».

EL HUMOR / Esa visión del mundo, ¿pasa necesariamente por la ironía y el humor? «Más que una única manera de ver el mundo y de soportar los problemas -responde- es un componente de nuestra manera de pensar, que nos da una perspectiva. Igual que la indignación y la rabia. Yo ni sabría ser de otra manera ni decido tomarme las cosas con humor: en mis obras a veces está simplemente presente pero no forma parte de la propuesta; en otras digo: ‘Señores y señoras, esta es una novela, ya no de humor, sino de risa’».