Desde que el extremeño Jesús Carrasco Intemperie y La tierra que pisamos ) triunfó con su revival de Migel Delibes pasado por Cormac McCarthy, han seguido su estela escritores noveles que no tienen inconveniente en citar como referentes a novelistas españoles de los 50, o a situar sus obras en esos momentos de los que solo han tenido conocimiento a través de la lectura o de los recuerdos de padres o abuelos. A esta tendencia, arrastrándola hacia el género negro, se suma otro autor de primera novela: Luis Roso (Moraleja, Cáceres, 1988), licenciado en Filología Hispánica, que sitúa su Aguacero (Ediciones B) en un imaginario pueblo de la sierra de Madrid adonde se desplaza el inspector Ernesto Trevejo, inspector de la Brigada Criminal, para colaborar con la Guardia Civil del lugar, desbordada por los asesinatos de dos guardias civiles, el alcalde de la localidad y su mujer. Aunque los maquis son ya pasado, la colonia de peones que trabajan en la construcción de un pantano, gentes del sur, en su mayor parte con un pasado más bien rojo y al mando de un ingeniero alemán con un pasado más bien sospechoso, dan qué pensar a las autoridades.

Contará con el auxilio de un cándido número de la Benemérita, Aparecido Gutiérrez, y se complicará la vida con una residente en Las Angustias, casi más que con el caso, si es que una cosa se puede separar de la otra.

¿Por qué los 50? Según Roso, los 40 eran "demasiado oscuros" y las heridas de la guerra civil serían demasiado inmediatas y evidentes. Los 60, en cambio, ya no le servían; demasiadas puertas abiertas hacia el presente. En los 50, en cambio, "han pasado 15 o 16 años, las heridas están abiertas, pero no se habla de ellas, la gente mira hacia otro lado y calla". Esa cronología, además, le sirve para encajar a su inspector Trevejo. "Hay distancia para que no haya participado de forma activa en la guerra".

Ni odioso ni antihéroe

Estamos aún en unos tiempos en que es posible imaginar a un policía como con camisa azul "pero no idiota ni fanático"; sin grandes conflictos ideológicos, "ni al parecer un pasado oscuro que quiera ocultar" (no es un Bernie Gunther, avisa Roso); "una persona en la que se puede confiar hasta el punto en que se puede confiar en un policía del régimen" pero que "no va a jugarse la carrera por nadie" y que, "cuando tiene que utilizar los procedimientos de la policía franquista, los utiliza". No es una persona a la que odiar ni un antihéroe con el que empatizar. Con recovecos para que no resulte un estereotipo de nada y sombras para representar un tiempo entre gris oscuro y negro. E. A.