Cuando el mítico especulador financiero Gordon Gekko, protagonista de ese retrato de corrupción corporativa en la América de Ronald Reagan llamado Wall Street (1987) convirtió en un mantra aquello de "la codicia es buena", poco debía de imaginar hasta qué punto, dos décadas después, sus palabras se iban a convertir en modelo de comportamiento. La crisis financiera que estalló en 2008 a causa de ello debería haber servido para que Wall Street: el dinero nunca duerme , presentada ayer en el Festival de Cannes, fuera una secuela poderosa y cabreada que mirara a los ojos a nuestro mundo. Sin embargo, el nuevo filme de Oliver Stone es otra cosa.

"Es un nuevo enfoque", aseguraba ayer, junto a los actores Michael Douglas --que vuelve a encarnar a Gordon Gekko--, Shia LaBeouf, Carey Mulligan y Frank Langhella. "Es una historia sobre padres e hijos y maridos y esposas, gente que trata de equilibrar su necesidad de dinero y poder con su necesidad de amor".

Quizá sea por eso que, más allá de abordar de forma tangencial asuntos como las hipotecas de alto riesgo y de disparar al espectador a toda velocidad un arsenal de palabrería financiera, poco análisis intenta Stone. Donde debiera haber ideas, solo se detecta pesada simbología.