Para cualquier director de cine de animación es un riesgo dar el paso al de acción real, pero en el caso de Brad Bird es natural que lo haya hecho porque, en las trepidantes Los increíbles y Rataouille , ya demostró ser más hábil manejando las relaciones espaciales y los movimientos de cámara que la mayoría de directores de blockbusters.

Asimismo, su manejo de las ilimitadas posibilidades físicas de los cartoon encaja a la perfección en una saga que nunca ha estado esencialmente interesada en las leyes de la naturaleza.

Aquí, Bird aplica esas cualidades para, primero, crear algunas secuencias de acción vertiginosas, y segundo, usarlas como vehículo de un mensaje también recurrente en su obra: la importancia del trabajo en equipo.

Esos dos elementos --y la naturaleza misma de la serie hacen que la narrativa de la película resulte más bien episódica: se plantea el objetivo, el grupo comprueba qué difícil va a resultar, lo ejecutan, recapitulan éxitos y fracasos, intercambian diálogos expositivos y repiten el procedimiento hasta que la historia se completa.

En el proceso, Simon Pegg se empeña en proporcionar ciertos momentos cómicos --en Los increíbles , Bird mezclaba acción y humor con brillantez--, pero en cambio resulta algo irritante. Y el villano al que se enfrentan y sus maquinaciones nucleares son casi una parodia de un 007 de la época de Roger Moore.

En todo caso, el mayor error de Bird es dar por hecho que nos importan la vida personal de Ethan Hunt y el destino de su esposa.

Cuando se deja de monsergas y nos muestra al héroe corriendo y haciendo cosas colgado de grandes alturas, esta cuarta entrega es puro espectáculo.