Terminó la 65 Edición del Festival que ha ofrecido una programación de confusos estrenos teatrales foráneos —coproducidos por el director Jesús Cimarro— que no han valorado el hecho dramático grecolatino en cinco de los nueve espectáculos representados, y tampoco han logrado evitar el artificio comercial de cada año falto de calidad, enfocado para los espectadores atraídos más por el famoseo patrio. Molestas contradicciones que vienen repitiéndose desde hace ocho años, y que hacen que Mérida se haya convertido en un evento irrespetuoso con su esencia histórica y con el espacio donde se desarrolla el Festival.

¿Dónde han estado los clásicos grecolatinos este año? ¿Dónde está la internacionalidad del Festival?, sigue preguntando mucho público amante del teatro y del evento. La programación ha sido una edición más de compañías españolas y que, con espectáculos como ‘Sansón y Dalila’, ‘Pericles, príncipe de Tiro’, ‘Dionsio’, ‘Metamorfosis’ y ‘La corte del Faraón’, no han estado a la altura de lo que cabía esperar, por su falta de verdadera orientación, objetivos y fundamentos que valoren el hecho teatral grecolatino en toda su extensión y profundidad. Algunos, se han presentado con escandalosa falta de calidad (como ha sido el estrellado espectáculo estrella ‘Metamorfosis’, protagonizado por Concha Velasco), que hacen que el prestigio del Festival se resienta un año más.

La mayoría de estos espectáculos ha seguido soportando la estética engañosa de determinadas producciones urdidas con un resabio comercial enfocado para la explotación de representaciones en giras. Planteamientos que trasmiten una imagen de cultureta teatral de intereses —organizada por Cimarro e inexplicablemente consentida por nuestros políticos culturales—, que no se entiende bien en los balances institucionales presentados conjuntamente por el director del Festival y el presidente de la Junta Fernández Vara, en los que se les había notado además que para las funciones en el Teatro Romano estaban más preocupados por elevar el listón del público que de elevar la necesaria calidad que permita potenciar, catapultar y abrir la capacidad del Festival hacía horizontes de superación.

Solo las propuestas artísticas de las compañías extremeñas son las que han demostrado —y con austeros presupuestos— que conocen muy bien esos propósitos de ‘compromiso cultural’ de identidad grecolatina —declarados desde el principio en el Patronato— y las posibilidades artísticas del espacio romano. Prueba de ello ha sido el espectáculo ‘Tito Andrónico’, de Teatro del Noctámbulo, que ha dado una lección magistral sobre el tratamiento de un clásico de tema grecolatino.

'Sansón y Dalila’

Conocida ópera, montada con propósitos que se aprecian como generosos y enternecedores al incluir en la representación a 300 figurantes con discapacidad, pero que no convencen artísticamente. La obra trata con mucho calzador de adentrarnos en los actuales conflictos políticos, religiosos y étnicos entre Israel y Palestina, situando la acción de la obra en una plaza pública de Gaza, con la contradicción de estar actuando en el escenario romano. La puesta en escena, ideada por Paco Azorín destaca más en la parte lírica —con algunos buenos cantantes— que en la teatral. El director apenas sale airoso de su complicado empeño en las escenas de masas que, en algunos momentos de barullo, restan una estética atractiva y eficaz del espectáculo.

‘Viejo amigo Cicerón’

Un texto de Ernesto Caballero, bien estructurado sobre la figura comprometida de Cicerón que ejemplifica el eterno conflicto entre la razón y el poder, la palabra y la fuerza, subrayando que no hay grandes diferencias entre el mundo antiguo y el presente. Óptimo montaje de Mario Gas en la dirección de actores y ritmos de esas idas y venidas —el flashback— de las escenas en el tiempo y el espacio, resaltando los flujos de conciencia de los diálogos de la obra y los recuerdos en escenas presentes. Los tres actores participantes imprimen con organicidad y excelentes voces un ritmo vivo al espectáculo, jugando a desdoblarse en personajes modernos y clásicos. Destaca Miranda Gas, joven talento que debuta en el Festival.

‘Pericles, príncipe de tiro’

Drama híbrido atribuido a Shakespeare y George Wilkins que nada tiene que ver con el teatro grecolatino. La versión sólo muestra un melodramón romántico —de un rey atípico— abigarrado, extenso, a veces confuso y prolijo, cuyo ‘propósito’ moralizante es recalcar que el mal conlleva un castigo y el bien un premio. Montaje de Hernán Gené que utiliza una narrativa excesiva recreada con una serie de flashbacks que irán deambulando entre el pasado y el presente de la historia y con la técnica del teatro en el teatro. En la interpretación, siete actores con dominio de todas las artes a que su profesión obliga se interrumpen debilitando la base conceptual del texto y proyectando sólo la parte periférica del mensaje.

‘Dionisio’

Un bolo estrenado el pasado año en Málaga del coreógrafo y bailarín Rafael Amargo con afán innovador que decepciona por la falta de una propuesta clara del mito clásico. Lo pésimo sobrevenía del múltiple lenguaje escénico utilizado. Por una parte, bailarines con chocante indumentaria, que acusaron la endeblez de la dirección artística en coreografías imprecisas, poco elaboradas, con falta de limpieza expositiva en las imágenes y, casi todas, insulsas. Y, por otra, actores que sufrían la imprecisión de sus movimientos y un tono farfullado en sus voces (unos actuaban con micrófono y otros no), acusando registros interpretativos dispares, con la palabra demasiadas veces vociferada que fluía en un perfecto desaliño oral.

‘Antígona’

Bella danza de Víctor Ullate sobre la tragedia de ‘Antígona’. Logra crear cuadros escénicos espectaculares en atmósferas de música y ritmo intenso, fruto de la búsqueda de signos que permiten al espectador ir más allá en el lenguaje encontrado —de un placer estético, un placer dinámico y un placer emocional—, trascendido hacia lo esencial y poético. El trabajo del cuerpo de baile extasió en las acciones coreográficas y dramáticas que evolucionan en la alternancia entre solos, dúos y otras formas de pasos que dejan al público trémulo de emoción. Destacan los bailarines Lucia Lacarra (Antígona) y Josué Ullate (Hemón), que se crecen por encima de sus hombros y nos ofrecen lo mejor de sí en una oda a la creatividad sin límites.

‘Prometeo’

Interesante versión de Luis García Montero sobre esta obra de Esquilo a través de un viaje del personaje desdoblado en dos —Prometeo joven y Prometeo viejo— que dialécticamente y con relucientes metáforas recorren del pasado al presente los trágicos momentos que ha vivido la historia de la humanidad. El montaje de José Carlos Plaza maneja impecablemente los elementos artísticos componentes, destacando la belleza de la escenografía de Paco Leal, genialmente iluminada con solemnidad dramática por Toño Camacho. Son rotundas las atmósferas y la dirección de actores que conforman un incitante espectáculo acompasado, a ritmo de tragedia dura y de breves rupturas de comedia en sus confrontaciones dialécticas.

‘Metamorfosis’

Sobre la versión de la estadounidense M. Zimmerman de once mitos entrelazados que en su mayoría provienen de la obra del poeta Ovidio. Versión que destroza la adaptación y dirección de David Serrano (que debuta en el Teatro Romano) con arreglos dramatúrgicos facilones y un montaje atosigado por la excesiva narrativa que no cuaja como propuesta sugerente de reflexión de unos mitos desconocidos por la mayoría. En la interpretación, 10 actores —bien conocidos por la televisión— están mal dirigidos para el espacio romano. Individualmente no destaca ninguno. Ni siquiera la estrella Concha Velasco, encajada aquí con calzador como parte de los narradores. Solo sirve como reclamo de un público de marujas atraído por el famoseo patrio.

‘La corte del faraón’

Comedia musical que rompe el valioso y digno ejemplo que habían mantenido las compañías extremeñas con producciones de identidad grecolatina. Inspirada en la zarzuela del mismo nombre de comienzos del siglo pasado, la versión está apoyada en el tema de la censura en la que se pretende que la obra resuene como un grito de libertad, aunque también recurren a lo más rancio. Es en el montaje donde Ricard Reguant logra otro atractivo espectáculo, convirtiendo la zarzuela en un arrevistado musical al estilo de Broadway, con melodías espléndidas de Ferrán González y vistosas coreografías de Cuca Pon. En la interpretación, todos los artistas se lucen individualmente y en armónico conjunto como cantantes-actores-bailarines.

‘Tito andrónico’

La conocida obra de un joven Shakespeare, que versiona Nando López, dando profundidad y sutilidad con un lenguaje artístico, altamente poético, que interroga sobre la eterna denuncia y condena por la inutilidad de la venganza, de la violencia y la sangre. La puesta de Antonio C. Guijosa logra una arquitectura de espectáculo inquietante, variado y coherente, donde brilla el sentido de la intriga y la excelente dirección de actores en situaciones inesperadas de horror llevadas al límite. En la interpretación intervienen 13 actores talentosos que convencen y brillan en sus diferentes roles, pero la estrella indiscutible es José Vicente Moirón, que llena de luz el escenario encarnando las contradicciones y oscuridades de Andrónico. Su actuación merece ser calificada de antológica.

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