Cómo canta esta mujer. Escribo escuchando a María José Montiel interpretando Mon Coeur S’ouvre à ta Voix, que es una de las arias más famosas de Sansón y Dalila, que compuso Camille Saint-Saëns con libreto en francés de Ferdinand Lemaire y que se estrenó en Weimar (Alemania) el 2 de diciembre de 1877, en una versión en alemán, en el Teatro del Gran Duque, hoy la Staatskapelle. Obviamente, se basa en el relato bíblico de Sansón y Dalila del Antiguo Testamento. Los israelitas habían vuelto a adorar a Baal y por eso Yahvé, que era un dios de armas tomar, se aparece a Hatlelponi, que era estéril y le dice que va a tener un hijo. Y ese hijo va a liberar a Israel de los filisteos. Eso sí: la madre no debía tomar vino ni sidra (Yahvé se anticipó a las recomendaciones médicas sobre el alcohol en el embarazo) y no había de cortarle el pelo a su hijo desde que naciera. Porque su hijo era Sansón, Yahvé se le metía en el cuerpo de vez en cuando (de ahí venía su fuerza) y le gustaba matar a gente de treinta en treinta y plantearles acertijos que solo él sabe responder.

A Dalila la sobornaron con monedas de plata, como a Judas. Y él se enamoró de ella («las cosas que hago por amor») y le confiesa que el secreto está en sus cabellos: no vamos a buscar teorías psicoanalíticas en esto, porque el psicoanálisis es filfa, pero, a los que tenemos cuatro pelos mal contados desde la adolescencia, lo de Sansón siempre nos ha provocado mucha envidia.

Los directores de escena siempre escogen una obra y luego ya la reescriben. Obviamente, la partitura es la que es y para eso también hay un director musical, pero son ellos los que idean desde dónde se lee, hoy, en las funciones que se hagan, todos los clásicos. Es decir, el Sansón y Dalila de Paco Azorín no es el de Georges Prêtre, el de Fausto Cleva, el de Sir Colin Davis o el de James Levine y tampoco el de Maurice Abravanel.

Aquí estamos en Gaza, en las afueras del templo de Dagón, el dios filisteo. Hay una periodista, con una cámara de televisión, paseándose por entre la gente y grabándolo todo. El pueblo hebreo marcha por la libertad. Les reprimen con palos. Lo de siempre. Los matan. Lo de siempre.

Los de abajo son siempre los que sufren. Y, como los de abajo son siempre los que sufren, el director de escena, Paco Azorín, ha querido que haya un coro de 400 personas, miembros todos de asociaciones extremeñas: están la ONCE (Organización Nacional de Ciegos de España), Adaba (Asociación de Discapacitados Auditivos de Badajoz y provincia), Apnaba (Asociación de Padres de Niños Autistas de Badajoz), Aexpainba (Asociación Extremerña de Padres para la Integración, el Bienestar y la Autonomía: trabajan con niños de inteligencias límite), Aspergex (Asociación Síndrome de Asperger de Extremadura); Plena Inclusión de Montijo, Llerena, Zafra y Mérida (trabajan con personas con discapacidades intelectuales) y Afadiscop (Asociación de Familiares y Amigos de Personas con Discapacidad del Centro Ocupacional Proserpina).

Algunos han hecho hora y media de autobús de ida, hora y media de vuelta. Los ensayos son muy tarde: de eso se quejaban en la rueda de prensa: «En otro horario, por favor». Y había un veinteañero que se sube al escenario por primera vez y que confesó que antes no veía ópera, pero que ahora quiere ver más. Hay compañías, en todo el mundo, intentando integrar a más tipos de población en sus espectáculos y considero que, junto a un trabajo digno y a las mejores políticas sociales que se puedan conseguir, esa es la mejor manera de integración social. Necesitamos ver más diversidad, más diversidades. Más cuerpos diversos. Más personas que usan una silla de ruedas pero que son capaces de bailar y de expresar y de construir un personaje. Aquí hay varios centenares.

Y también está Noah Steewart. Noah Stewart es negro. De Harlem, Nueva York. Su instituto estaba al lado del Met, del Metropolitan Opera House, uno de los templos mundiales del bel canto. Allí vio a Luciano Pavarotti y luego se fue a la biblioteca y buscó... «y vi que no había ningún tenor como yo, así que, en vez de optar por el jazz o el gospel, como hicieron muchos de mis amigos, yo me quise dedicar a esto». Quizá, que yo recuerde, el cantante negro de ópera más famoso sea el bajo-barítono Simon Estes, que denunció hace más de 20 años que Georg Solti no le quiso en un reparto por su color.

Organizar a tanta gente es complicado. También lo es dirigir una ópera en el teatro romano de Mérida, porque es muy grande, porque los tiempos han de estar acompasados, porque los camerinos están cruzando un patio y subiendo escaleras y hay que calcular muy bien los cambios de vestuario para que, cuando le toca cantar a alguien, esté allí y no detrás de la valva regia resollando. Nos lo contó Álvaro Albiach, el director musical de este Sansón y Dalila (se estrenó anoche y acaba el domingo) y, además, el director titular de la Orquesta de Extremadura. Nuestra sinfónica podría hacer más óperas. Volvemos a tocar esta diana: ya lo hemos pedido más veces y no nos cansamos, porque una vez cada cinco años es mucho tiempo.