El Sean Penn que ayer apareció en el Festival de Cannes no es el agitador de conciencias políticas ni el azote de la prensa, sino, simplemente, un tipo muy resacoso y, por tanto, reacio a explayarse a la hora de comentar su trabajo en This must be the place .

O tal vez solo se sintiera avergonzado de su nueva película, irritante historia de redención de un viejo rockero que atraviesa Norteamérica con el fin de encontrar a un viejo nazi que atormentó a su difunto padre y vengarse de él. El filme aborda temas trascendentes como si de una publicidad de coches se tratara, usa el Holocausto para hacer poesía de galletas de la suerte y contiene la interpretación más desafortunada del actor en muchos años, en la piel de un rockero decrépito que habla raro y tanto se parece a Robert Smith, cantante de The Cure, como a una reina de la copla.

--Si su personaje existiera en el mundo real, ¿quién sería?--No voy a caer en la trampa. Si ahora le nombrara a un rockero, a cualquiera, entonces todo el mundo diría que la película está basada en él. Y si ahora mencionara a Pavarotti por algún motivo, todo el mundo diría que la película es un retrato de Pavarotti. Esto funciona así. El director, Paolo Sorrentino, tenía una idea muy clara de cómo debía ser el personaje, y me lo transmitió.

--El maquillaje, el peinado, el vestuario, la voz,- El suyo es un personaje muy extremo. ¿Temió en algún momento caer en el exceso?--¿Cree que no me di cuenta de que estaba sobreactuando? Por supuesto que lo noté. ¿Fue eso bueno para la película? No lo sé. En todo caso, son las directrices que me dio Paolo (Sorrentino). Y hace tiempo que he decidido no inmiscuirme en el trabajo de los demás. Cuando un actor se dedica a preocuparse por otros aspectos de la película, es incapaz de ser buen actor.

--Uno de los tremas de la película, y también de varias otras en la competición de Cannes, es la venganza. ¿Por qué cree que es un asunto tan habitual en el cine actual?--La necesidad del ojo por ojo es una de las grandes miserias del ser humano. Vengarnos nos proporciona satisfacción, pero no porque restablezca nuestro sentido de justicia sino porque, en realidad, alimenta nuestro amor propio. Es un acto de vanidad. El ser humano es así de miserable. Y eso no tiene cura.

--¿Pero, insisto, cree usted que nuestro convulso tiempo estimula más que en otros momentos las historias de venganza?--Las historias de venganza han existido desde Shakespeare. Vivimos en tiempos convulsos, pero todos los anteriores también lo fueron. Y los futuros también lo serán.

--El caso Von Trier ha demostrado que el Holocausto es un asunto muy delicado del que hablar. ¿Qué le parece el modo que This must be the place tiene de tocarlo?--Bien, porque dice que no puedes vivir tu vida sin enfrentarte con tus propios ancestros, tus raíces, las tradiciones de tu familia o la historia de tu país, y eso cierto. El pueblo americano nunca ha reconocido del todo el genocidio de los indios americanos, y eso provoca una corrupción inevitable. Y la sombra del Holocausto sigue determinando de forma muy negativa lo que sucede en Israel y en su entorno, donde no se han curado las heridas.

--Como artista, ¿se identifica con la frustración y la amargura del personaje que interpreta?--Por supuesto, dedicarte al arte puede llevarte a la depresión más absoluta. Debo decirle que, en algún momento, a mí me sucedió. Cuando alguien se compromete a crear arte como forma de ganarse la vida, se expone a que sus impulsos creativos sean amenazados, mercantilizados e, incluso, pervertidos. Al final, llegas a un punto en el que te resulta muy difícil discernir qué parte de tu voz ha sido corrompida y qué porción permanece auténtica. Yo me lo pregunto constantemente.