El título pudo ser «La herida, El desgarro, Lo humano es estar solo, La muda, El deshielo. Pero vi que La sed los contenía todos. Es a la vez beber y ver. Parece un libro seco y duro pero creo que también es luminoso», opina Paula Bonet (Villareal, Castellón, 1980) sobre su nuevo trabajo, íntimo, corporal, revelador, desatado y por momentos angustioso, que supone una «evolución natural» en su obra y con el que regresa a lo que siempre más le gustó, los aguafuertes y los óleos. En él ha vuelto a ser «pintora» y ha aparcado la etiqueta de «ilustradora», a la que llegó «por accidente» con las «imágenes más preciosistas y los mensajes adolescentes y posadolescentes» de Qué hacer cuando en la pantalla aparece The End y 813, su tributo en acuarelas al cineasta François Truffaut.

Con La sed (Lunwerg), la primera intención de Bonet era hacer «un homenaje» a las poetas y escritoras Anne Sexton, Clarice Lispector, Siri Hustvedt, Patti Smith, Teresa Wilms Montt, Sylvia Plath, Viginia Woolf, Marina Tsvetáieva, Alfonsina Storni, Virginia Ocampo y María Luisa Bombal. «Son mujeres que me han deslumbrado, que me han acompañado y me han ayudado a entenderme respecto a mí misma y respecto a mi obra. Ellas son capaces de romper tabús, de poner sobre la mesa temas como la masturbación, el parir y rechazar al hijo... Mujeres de gran fortaleza que hicieron un trabajo muy valiente. Decidí mostrarlas a través de mí».

De ahí que haya mucha Bonet en el personaje de Teresa, en la que convergen Lupe (que ha roto con Martín) y Monique (que navega en un triángulo amoroso con Bru) mostrando «lo poliédricos que podemos ser y cuánto dolor podemos causarnos, mutilándonos, al encasillarnos y etiquetarnos». «Teresa empieza a ver a través de esas mujeres. Y ella renuncia a una parte de sí misma. Yo quería matar una parte de mí con la que me negaba a continuar viviendo», asume. La artista vivió «un proceso doloroso». «No quería esconderlo, debía entenderlo. Era una ruptura emocional con lo que yo pensaba que era la vida, lo que yo esperaba de mi contexto emocional y laboral, de la relación con mi familia, mi pareja y la gente que consume mi trabajo», confiesa.

Para «ese derrumbe emocional», le valen como metáfora los temblores y terremotos que ha vivido en sus diversas estancias en Chile. «Ves que nada es estable, en cualquier momento todo puede derrumbarse y acabar con la vida tal como la entiendes. Y cuando crees que ya lo has superado reaparecen las réplicas», detalla.

Las «despertadoras»

Y aparecen las alusiones al suicidio, destino que, además, eligieron muchas de sus «despertadoras», dice citando a Kate Bolick, autora de Solterona (Malpaso), otra de las mujeres que desmonta clichés y que la ha ganado hacia la causa del feminismo. «Todo el mundo debería ser feminista -opina-. Hay que lograr la igualdad absoluta de hombres y mujeres en derechos y libertades». Solo intenta, dice, que Teresa se haga la pregunta que se hacía Lispector y con la que abre el libro: «¿Cómo se explica que no soporte yo ver, solo porque la vida no es la que pensaba sino otra?». «La soledad es necesaria. Debes saber y entender quién eres. Debes darte tiempo para escucharte, de aceptar que puedes ser muy mediocre o ingenua. Es la única forma de amar, de dar amor, de sentir placer y darlo...».