Seymour Hersh se ha pasado la vida rebuscando en las cloacas del poder estadounidense, un trabajo que le ha servido para convertirse en el periodista de investigación más célebre del último medio siglo. Con apenas 30 años, descubrió la masacre de My Lai en Vietnam y fue el primero en informar de los bombardeos sobre Camboya. Destapó el espionaje de la CIA en suelo estadounidense contra los activistas contra la guerra y la trama del golpe contra Salvador Allende en Chile. Más recientemente alertó sobre la falacia de las armas nucleares en Irak y dio a conocer las torturas en la cárcel de Abu Graib. A sus 82 años, Hersh sigue trabajando en un despacho modesto y caótico del centro de Washington que sugiere cualquier cosa menos una personalidad metódica. Sobre el ordenador tiene una foto burlona de Henry Kissinger comiendo y, en una esquina, su libro manuscrito y nunca publicado sobre otra de sus bestias negras, Dick Cheney. Hersh habla por los codos y cambia de tema casi a la misma velocidad con la que blasfema o recupera viejos episodios de su carrera. En España publica Reportero, memorias del último gran periodista americano (Península), un gran retablo sobre el periodismo y los trapos sucios de la historia.

-¿Cuántas calles le han dedicado en Estados Unidos?

-(Ríe) ¿Bromea? No, ninguna. Me siguen poniendo a parir. La última vez, la semana pasada. Todavía se me critica mucho.

-Pero usted ha hecho un enorme trabajo de servicio público…

-Cuando conseguí la historia de My Lai, tenía también la copia de la acusación contra un hombre que había matado a 109 vietnamitas y, aun así, me costó seis semanas publicar el artículo. Es verdad que presté un servicio público, pero no olvide que también hubo para mí fama, fortuna y gloria. Sabía que, si lo publicaba, tendría una recompensa.

-Ganó el Pulitzer...

-Crecí en Chicago. Mis padres eran inmigrantes de Europa del Este. En casa no hablaban inglés, sino yiddish. No sabían nada de América. Mi padre murió de cáncer cuando yo tenía 15 años y me hice cargo de la tintorería familiar hasta que fui a la universidad. Al frente del negocio entendí que mi vida sería mejor que la del chico negro que planchaba las camisas. Mi piel era blanca, la suya negra. Le digo esto porque la guerra en Vietnam fue una guerra racista. Ha sido así desde la segunda guerra mundial. La excepción fue Clinton en Kosovo. Fue el primer presidente americano en bombardear a gente blanca. Siempre hemos hecho lo mismo. Es más fácil ir a la guerra contra la gente de color.

-Lleva medio siglo investigando abusos de poder y violaciones de los derechos humanos. ¿Qué patrón ha encontrado?

-Nada cambia. Poder y mentiras. El primer mandato siempre se centra en la reelección. Es lo único que a Trump le preocupa. ¿Qué es para él Venezuela? No le importa nada, pero derrocar a Maduro quizás le daría unos votos en Florida, aunque como se ha vuelto demasiado complicado, ha abandonado la misión. Ahora piensa que, haciendo ruido contra Irán, podría lograr algo, pero la mayoría de estadounidenses no quieren otra guerra. La única diferencia entre él y el resto de presidentes es que Trump abusa del poder abiertamente. Yo lo describo con un niño de 3 años con continuas rabietas.

-¿Han impactado tantas mentiras en su estima por EEUU?

-Yo llegué al periodismo por accidente, solo porque alguien me ofreció un trabajo para ser reportero de sucesos. No tenía conexiones ni salía de Harvard. Todavía era muy joven y freelance cuando di con la historia de My Lai, que me permitió meterle los dedos en el ojo a un presidente republicano que odiaba todo lo que yo defendía. A cambio conseguí muchas cosas. ¿Quieres que me enfade con mi país?

-No se considera un disidente.

-No soy un disidente. Se lo dije un día en el Pentágono a un general. Me dijo: ‘¿por qué has escrito esa historia?’ (My Lai).Y yo le respondí: ‘puede que tú tengas tres estrellas y yo no tenga nada, pero mi artículo era cierto y esa es la esencia de este país’. Nadie es más leal hacia este país de lo que yo he sido.

-¿Cómo logra hallar siempre fuentes en el aparato de seguridad, la CIA o el Ejército?

-Hay artículos que podría haber escrito, pero no lo hice para proteger a mis fuentes. Y ellas lo saben. Si he escrito estas memorias es porque no podía proteger a las fuentes de mi libro sobre Cheney, en el que llevaba cuatro años trabajando. A la editorial le ha costado mucho dinero y yo he tenido que renunciar a un contrato de siete cifras.

-Siga, siga...

-No le voy a contar mis secretos, pero le daré una versión abreviada. Si eres un general de dos estrellas y te retiras es porque alguien te impidió seguir ascendiendo. Dejo seis meses para que se aburra y entonces aparezco. También sigo los obituarios, que te dan detalles autobiográficos. Esos obituarios me permitieron conocer a la familia de una fuente involucrada en el derrocamiento de Allende. Me enviaba cartas anónimas, pero nunca publico nada si no sé quién es la fuente. Le di las condolencias a su familia y un día me escribió su hija para decirme que su padre guardaba un par de cajas llenas de material. Encontré un montón de cosas interesantes.

-En el libro critica las reticencias de los medios, particularmente The New York Times, a publicar temas que comprometen la reputación de EEUU...

-Dios mío, estoy negro con el Times. Todos los días empujan hacia la confrontación con Irán. ¿Vamos a una guerra? Si hay alguien que no quiere la confrontación es Trump porque es lo suficientemente listo para saber que hundiría sus opciones de reelección. Es irracional nuestra hostilidad hacia Irán.

-¿Sería posible publicar sus historias actualmente?

-No. La prensa ha cambiado mucho, no hay dinero. He tenido muchos problemas para publicar sobre Siria, los ataques químicos o la muerte de Bin Laden. Incluso con mis colegas. Te dicen: ‘nosotros publicamos otra cosa, tienes que estar equivocado’ (ríe). Hoy sería imposible publicar en The New York Times un artículo crítico con Trump y que sus seguidores se la crean. ¿Por qué? Porque el diario tiene una línea muy clara contra Trump. Viven de sus tuits y no informan de lo que importa, como los profundos cambios que está haciendo en la burocracia.

-La era Trump se percibe en Washington como una nueva edad de oro del periodismo. ¿Por qué no escribe sobre Trump?

-Uno de mis problemas hoy es que soy caro. Se tarda mucho en completar la clase de historias en las que trabajo y los editores se cansan. Les entiendo. Les dices que tienes una historia importante, que te pasarás seis meses trabajando, les costará 50.000 dólares y que luego tendrán que verificarlo todo, les amenazarán con querellas y perderán suscriptores. Y piensas, ¿quién cojones necesita a alguien como yo?

-Sus críticos dicen que se ha vuelto muy conspiratorio, que ha perdido la cabeza…

-Hace poco el New York Review of Books me destrozó. Decía que soy un gran reportero, pero que mis métodos son horribles y amenazo a mis fuentes. ¿Acaso se creen que puedes llamar a un ministro, a un general o un veterano de la CIA y amenazarle? Y luego está la historia de Snowden. Durante mucho tiempo la NSA recolectaba todo fuera de Estados Unidos, pero respetaba a los estadounidenses. Tras el 11-S cambiaron las reglas. Ahora pueden escuchar todas las conversaciones de los norteamericanos. Snowden se entera, cree que es ilegal y lo hace público. Los 50.000 empleados de la NSA sabían que desde hace años se violaba uno de los principios básicos de la Constitución. ¿Cómo me hablan de conspiraciones?

-¿Cómo le gustaría que le recordarán?

-Y a mí qué me importa. A los estudiantes de periodismo siempre les digo dos cosas: hay que leer antes de escribir y te tienes que quitar del medio para dejar sitio a la historia. No hay nada sensacional en un artículo si la historia no es sensacional.