En primer lugar, lo que singulariza esta ´Antígona en Mérida´ del extremeño Miguel Murillo de la ´Antígona´ de Sófocles y de otras versiones contemporáneas es que la tragedia debe verse como una consecuencia de la guerra civil. En segundo lugar, asimismo resulta singular porque el escenario en que se basa la historia --el teatro romano mismamente-- sirve de plataforma para saltar al espacio conceptual de las restauraciones culturales.

El argumento del texto, fraguado entre la realidad y la ficción, que se desarrolla en Mérida durante la entrada, en 1936, de las tropas franquistas (con legionarios y regulares marroquís deteniendo y fusilando arbitrariamente a mucha gente), entrelaza con tejemaneje creativo y genio poético la sustancia trágica de la obra griega: el conflicto entre el amor fraternal y la obediencia a controvertibles leyes humanas --aquí la de un Bando de Guerra: "Todo aquel que ayude a los enemigos de la patria, comete un delito que solo se paga con la muerte"--, donde lo importante de la confrontación es el logro de la adecuada imagen desde una posición objetiva, sin maniqueísmos, emanando un pathos perfectamente de nuestro tiempo.

La pieza resulta didáctica por cuanto ilustra los acontecimientos socio/culturales de la época, con nombres y apellidos. En este sentido la lucidez del autor rinde, insuflando un hálito especial, un emocionado homenaje a aquellos estudiantes, aficionados al teatro, que encendieron la llama de las representaciones en el teatro romano. Y de igual forma, con mucha solemnidad, a aquel grupo de artistas profesionales, intelectuales y políticos que lo pusieron en marcha en las Semanas Romanas, haciendo coincidir el hecho de la --´Antígona´-- que Margarita Xirgu quiso representar ese año y no pudo, al producirse la dictadura franquista. En esta línea de obras, hay que recordar que Murillo también hizo en 1983, junto con otros autores, un homenaje al teatro con motivo del aniversario de los cincuenta años de representaciones y de los dos milenios de su construcción. Fue su debut, justo cuando entraron los socialistas en Extremadura, con ´Golfus de Emerita Augusta´ (en lo que realmente fue el primer festival, porque hasta entonces solo se daban funciones aisladas cada año).

El espectáculo, montado por Helena Pimenta, que escudriña el texto con la rigurosidad que se explora un campo minado, logra presentar un trabajo compenetrado y seductor. Enriquece el subtexto, implícito en la excelente narrativa de la obra, creando cuadros escénicos espectaculares y atmósferas de ritmo intenso que nos dejan trémulos de emoción. Regala el personaje de un niño fascinante, la inocencia presente y los ojos testigos de quienes luego serían voceros de la memoria. Y dirige con maña tanto a los veteranos como a los más recientes actores, consiguiendo en su conjunto una buena labor orgánica, seria y en profundidad en el desdoblamiento simbólico de los personajes.

En la interpretación, Bebe (Antígona/Margarita) gusta mucho cuando muestra la expresión desafiante de su sufrimiento y de su furia, aunque en ocasiones no llegue a la resonancia y el ritmo intenso, de lirismo radiante de sus parlamentos. Helio Pedregal (Capitán/Creonte) hizo brillar y lucir su veteranía tejiendo soberbiamente su rol de tirano e implacable, a la vez que explora la vulnerabilidad de sus antagonistas. Esteban García Ballesteros (Matías) actúa impecable, demostrando la sangre fría de un valiente miliciano con su dominio de las sutilezas en los tonos y gestos. Rafa Castejón (Alfaro/Hemón) se mostró agudo y certero en su personaje de falangista resentido y cruel. Pepe Viyuela (Prudencio/Tiresias) logra una interpretación taimada, entre lo sentencioso y humorístico de un loco que aquí no representa la ley divina sino la maltratada cultura. Pepa Gracia (Isabel/Ismene), actúa con desbordante vitalidad dramática en su personaje amedrentado y transido de dolor. Celso Bugallo (Dimas) hace un buen papel --de maestro simbolizando al pueblo de Mérida--, impartiendo naturalidad y dominio escénico, pero no logra matizar bien con su voz (le fallan los traicioneros micros). Y Simón Ferrero y José A. Lucia, cumplen como soldados con excelente dinamismo teatral.