Las cifras del colosal artista abruman. No hay nadie en la historia de la música reciente con un currículo tan apabullante como el suyo. Plácido Domingo es el tenor de los récords, pero ninguno de ellos es tan impactante como el de haber llegado a cumplir 70 años en plenitud vocal y planteándose nuevos retos.

En su carrera de medio siglo ha protagonizado más de 3.500 apariciones escénicas, ha cantado 134 roles en diferentes idiomas, ha grabado un centenar de discos y ha ganado siete premios Grammy. Pero no solo hay eso. El tenor ha mirado de cerca a los ojos de grandes personajes del siglo XX, ha cantado ante cinco Papas y ha participado en las aperturas y cierres de varios Juegos Olímpicos.

Es asombrosa su capacidad para compaginar su rol de cantante global con el de director de orquesta, el de responsable de los teatros de ópera de Los Angeles y Washington y la dirección de tres programas educativos y el concurso Operalia, a la vez que se compromete a fondo con las causas humanitarias.

Nadie sabe de dónde saca el tiempo para compaginarlo todo. Y cuesta entender cómo ha logrado, con ese trajín, desarrollar una carrera tan amplia y versátil, que le ha llevado a abordar un repertorio inalcanzable para el resto de los intérpretes. Es, además, el primer tenor que ha aparecido en los Simpsons , lo que da la idea de su dimensión sociológica.

Nacido en Madrid el 21 de enero de 1941, como está acreditado en el Registro Civil y el acta de bautismo para desmentir la leyenda de que se ha quitado años, e hijo de los cantantes de zarzuela Plácido Domingo Ferrer y Pepita Embil, su vida ha estado marcada por la precocidad. De niño le llamaban El Granado, por su insistencia en cantar Granada de Agustín Lara, pero su formación musical se inició en Ciudad de México, a donde se trasladó la familia para residir en 1949.

Un precipitado y pronto malogrado matrimonio a los 16 años con una chica del Instituto México, del que nació su hijo Pepe cuando el artista tenía 17, le obligó a madurar rápidamente. Por eso se pluriempleó con trabajos en la compañía de zarzuela e hizo de figurante en el musical My fair lady .

Pero su existencia dio un giro cuando acudió a una audición de la Opera Nacional. Se presentó como barítono, pero uno de los miembros del jurado quiso que probara como tenor. Su actuación con un aria de Fedora le abrió las puertas para interpretar pequeños papeles en montajes con figuras del momento que pasaban por México como Giuseppe Di Stéfano o Manuel Ausensi. En mayo del 1961, cuando solo tenía 20 años, debutó en Monterrey como protagonista de La traviata , de Verdi.

El tenor había conocido a la soprano lírica veracruzana Marta Ornelas. Le gustó pero la veía inaccesible. Y fue la entonces novia del artista, Cristina, la que le ayudó a dar otro paso decisivo: "Plácido, no creo que yo sea buena para tu carrera, porque pasas mucho tiempo conmigo. Lo que necesitas es casarte con Marta, que sí te ayudará". Dicho y hecho. Los dos artistas contrajeron matrimonio un mes después del debut profesional de Domingo y juntos emprendieron una vida en común, que acabaría siendo feliz en lo personal y muy provechosa para el cantante, porque ella se convertiría en su más severa crítica y en la consejera más fiable en lo artístico.

"Creemos en Dios y en que tenemos un destino juntos. Yo no estoy en la sombra. Me siento en la luz", diría años después Ornelas cuando, tras una etapa en la que ambos trabajaron juntos en la Opera de Tel Aviv, y después de nacer sus hijos Plácido y Alvaro, ella decidió retirarse para centrarse en la vida familiar y ayudar a impulsar la carrera del cantante.

En Israel se fajaron a fondo durante tres años. En la temporada 63-64 el joven tenor se enfrentó a títulos que serían claves en su carrera, entre ellos La bohéme , Madama Butterfly , Carmen , Tosca y Fausto , con la que estuvo a punto de naufragar. Allí estaba Ornelas para ayudarle a superar el bache, tal como ocurrió años más tarde en Alemania cuando, en su debut en la Opera de Berlín, le propusieron interpretar Un ballo in maschera . Aceptó, aunque no conocía la ópera de Verdi, y su mujer le ayudó a que la aprendiera haciendo de maestra repetidora.

Curiosamente a su regreso a México para cantar Los cuentos de Hoffman la crítica le aconsejó que cambiara de oficio. Pero dos días después le llamaron de Boston para La bohéme e Hippolyte et Aricie . Su tremenda carrera ya no pararía. Ni los récords. Ha sido el cantante que ha abordado más joven, a los 34 años, la compleja Otello ; el que ha hecho más funciones de Tosca , unas 300; el que ha abierto más veces la temporada del Met de Nueva York, 21; o el que ha cantado dos óperas en un mismo programa, Pagliacci y Cavalleria rusticana.

Muchos auguraron que se estrellaría recreando tan joven esos y otros papeles y enfrentándose a Wagner, pero dejó en evidencia a los agoreros. Es el artista que más veces ha cambiado de repertorio. Su impecable fraseo, la sonoridad y brillo del poderoso instrumento vocal de tono oscuro y con un gran centro le han permitido ser un cantante lírico o wagneriano, spinto o dramático.

En el libro de Rubén Amón Plácido Domingo. Un coloso en el teatro del mundo (Planeta), desmiente el mito de su facilidad para dar estos giros: "Hay artistas que abren la boca y cantan naturalmente. Llegan sin problemas al registro agudo. Yo no tengo esta suerte y he tenido que trabajar mucho para evolucionar en mi carrera. No soy un osado". Una prueba de ello es que, en 1967, tras debutar en Hamburgo con Lohengrin de Wagner y no satisfacerle el resultado, decidió aparcar esta obra hasta que en 1983 la cantó en el Met. Y llegaron sus nuevas incursiones como tenor heroico con Parsifal , obra con la que pondría Bayreuth a sus pies, o La valquiria .

Tenor dramático

Es un prodigio de técnica y le apasionan los papeles dramáticos. "Me encanta sufrir en escena, tanto como ser feliz fuera de ella", dice. Y meterse en aventuras con acento cultural hispano como la reciente Il postino , basada en El cartero y Pablo Neruda .

El Liceu fue el eje de su carrera en España y aquí debutó con Manon Lescaut en 1971. Entre 1972 y 1982 tuvo casa en Barcelona y siempre procuraba programar una ópera en Navidad para poder pasar las fiestas en familia: "El Liceu era mi casa y yo rebajaba mi caché para ayudar al teatro". Pero hubo un desencuentro en 1977 con La africana de Meyerbeer. El artista quería que se grabara una versión abreviada para TV, pero no obtuvo respuesta. No le gustó, como tampoco las diferencias de criterio sobre la obra entre él y Montserrat Caballé, con quien había vivido grandes noches en Barcelona con óperas como Un ballo in maschera o Las vísperas sicilianas .

La idea de Los Tres Tenores surgió de una visita de Domingo a Carreras en Seattle, donde era tratado de una leucemia. Aquel encuentro fue un bálsamo para Josep y sus diferencias quedaron enterradas para siempre. El encuentro serviría para celebrar su recuperación y acabar con la rivalidad entre Domingo y Pavarotti. Lo que se planeó como un concierto acabó convirtiéndose en una gira de 30. La reunión tuvo tan buen rollo que Pavarotti llegó a declarar, poco antes de morir de un cáncer: "Si me invitaran a cenar y para complacerme, pusieran uno de mis discos, me iría. Si, en cambio, oyera la voz de Plácido, me quedaría".

Pero quiso el destino que al cantante madrileño le detectaran un tumor maligno en el colon. El artista contó así su reacción: "De pronto ves que puedes morir y descubres que no hay tiempo que perder en lo superfluo. Y te preguntas: ´¿Quién soy yo para exigir seguir viviendo?´. He tenido una existencia plena y me gustaría seguir, pero no tengo ninguna razón para la queja". Lejos de tirar la toalla, se presentó en La Scala como barítono con Simon Boccanegra , seis semanas después de la intervención. Se había reinventado una vez más. Ahora el Real de Madrid lo aclama con Ifigenia en Tauride . Pero no se detiene. No puede. Por eso tiene el punto de mira puesto en el 2014.