Todo nos lleva al Meiac últimamente. Una exposición de fotografía, unas palabras de Gerva Sánchez, una artista chilena que vive en Barcelona y que nos habla de la decolonialización y que homenajeó a otro artista que presentó allí una muestra. También ARCO nos llevó al Meiac, hace casi quince años, que fue la primera vez que vi a Antonio Franco. Recordaré toda la vida ese vídeo de una mujer corriendo hacia ninguna parte, siempre el mismo plano de la misma zancada, en bucle una y otra vez y yo allí, pensando: «Yo debería entender estas cosas».

Como una salmodia, el «yo debería entender» me ha acompañado mucho tiempo: soy periodista cultural y me encuentro delante de algo pensando: qué coño es esto. Luego leí «¿Qué estás mirando?» de Will Gompertz, director de Arte de la BBC, exdirector de la Tate Gallery de Londres y uno de los mayores expertos del mundo y ya me tranquilicé, porque él se ha encontrado muchas veces delante de muchas obras de las que se ha dicho: What the fuck.

Siempre lo cuento: entrevisté a Antonio Franco hablando de net art y de videocreación y me enteré de las preposiciones. De nada más. Luego evité hablar con él uno o dos años más, compré no sé cuántos libros de Historia del Arte (hasta de historia del arte de Oceanía, créanme) y después le volví a llamar para no recuerdo qué y a la semana estábamos comiendo juntos. Después, Brian Mackern, Gustavo Romano, Marlon de Azambuja, José Antonio Cáceres, Luis Costillo, Antoni Muntadas, Felipe Trigo, Maria Helena Vieira da Silva, el archivo Turbulence, Imaginar (l)a Euroci(u)dad(e), Ortega Muñoz... y así podría seguir buscando en mi archivo de entrevistas todas las veces que he hablado del Meiac porque Antonio llamaba expresamente para informar de qué hacían. O Antonio o Paz o Mariángeles o Granada. Cuando era una de ellas, siempre empezaban:

«Me ha dicho Antonio que te llame...».

Si, en alguna de esas comidas, nos sentábamos lejos, luego nos buscábamos. Ocurría en las presentaciones de libros de la Fundación Ortega Muñoz. Los periodistas culturales íbamos siendo menos. A las dos últimas no fui porque no pude, como tampoco pude ir a su entierro. Hemos hablado mucho de él estos días. De la falta de fondos del Meiac de la que se quejaba tras la crisis económica y que suplía con sus contactos con otros museos (sobre todo, portugueses: no en vano, como destacaba el diario Público -el portugués; no el español- el Meiac posee la mayor colección de arte contemporáneo luso fuera de las fronteras del país-) e instituciones. De cómo colocó a Extremadura en el mapa museístico, estando en la periferia.

«Tenemos muy diferentes clases de visitantes, no solo presenciales, sino también virtuales. En estos 20 años del Meiac -me decía hace un lustro-, el museo ha llegado a la primera página de los suplementos culturales de los medios de comunicación más importante del país, midiéndose a veces en desigualdad de condiciones, con museos que tenían una mayor financiación pero que no hacían las cosas mejor ni peor que nosotros».

El museo sin muros era una idea que propició casi desde el inicio. Fue el primer museo de España, hace veinte años, en abrir una galería de artistas virtuales y navegar por su web es una delicia. También posee el Turbulence de Nueva York, porque cuando la institución cerró, quiso que se quedara en el servidor del Meiac: «Desde el punto de vista expositivo -decían hace poco-, se prevén a futuro una serie de muestras, tanto on line como físicas, dentro de espacios del museo. Éstas mantendrán los formatos museísticos que han caracterizado las exhibiciones de arte digital del Meiac en estos últimos años, combinando distintos registros -vídeos, gráficas digitales, desarrollos web, realidad aumentada-, para espacializar y hacer más accesible un arte puramente inmaterial». El archivo lo crearon 1996 las artistas Helen Thorington y Jo-Anne Green.

Ha habido muchos hitos en la labor del Meiac. Muchos de los artistas extremeños hubieran, decían, deseado más presencia. Era algo que hablábamos a menudo. Recordamos las palabras del ya exministro de Cultura, José Guirao cuando dijo que, en arte, tenía criterio: el suyo. No sabía si mejor o peor, pero era el suyo. Las gestiones a menudo son difíciles.

Desde aquel día en que no me enteré de nada hasta las comidas y los desayunos y los WhatsApps y los programas especiales en el Meiac y las llamadas de teléfono han pasado casi quince años, risottos de setas, tostadas con tomate, comida peruana, ensaladas con frutos rojos, mucho queso curado, alcachofas confitadas y charlas en las que acabaríamos tirados en el suelo de la risa si el decoro no mandara.

«Me ha dado por el boxeo», me dijo en uno de esos desayunos: «Pero enséñame una foto», le pedí yo. A mí me gusta el boxeo. Sé quiénes son Muhammad Ali, que dejó de ser negro cuando ganó su primer millón, y Mike Tyson y Julio César Chávez y Sugar Ray Leonard, así que hablamos de boxeo. Y del Velázquez. Y de arte. Y nos reíamos mucho.

Y eso quiero decir: que nos reíamos mucho.

Y que le estoy echando muchísimo de menos.