Shock cultural es el último episodio, por el momento, de Into the dark, una antología de relatos fantásticos e independientes producida por Blum-house Television y disponible a través de HBO. Es el décimo de una primera temporada que consta de 12, pero los dos últimos no estarán disponibles hasta el mes de agosto. El español Nacho Vigalondo dirigió el tercero, Pooka!, sobre un actor en paro que disocia su personalidad con la de un juguete.

Shock cultural lo realiza Gigi Saul Guerrero, actriz y directora mexicana de amplia trayectoria en las marismas de la serie B a través de cortos y series televisivas. Y encuadrado en la mejor tradición del fantástico como parábola política, el episodio habla de uno de los grandes conflictos del actual Estados Unidos. Para que se hagan una idea, termina con el texto de un tuit presidencial: «¡Necesitamos financiación para el muro!»

Ese es en primera instancia el tema del episodio, los conflictos con los inmigrantes ilegales que cruzan la frontera entre México y Estados Unidos. La primera media hora de Shock cultural no difiere demasiado de cualquier relato contemporáneo sobre este problema. La protagonista, Marisol (Martha Higareda), es una joven mexicana y embarazada que paga una buena suma de dinero para pasar la frontera. Las secuencias atañen a los delincuentes que extorsionan a quienes quieren cruzar la línea, el largo viaje en camiones y a pie por el desierto, las patrullas fronterizas y la aparición de la mafia.

Los informativos televisivos hablan de una caravana de inmigrantes con niños que viajan solos, la peligrosa zona fronteriza del sur, el terrorismo de los ilegales y el experimento de un centro de rehabilitación cultural. La presentadora clama al cielo: «¿Cuándo se adoptarán medidas para terminar con el sufrimiento estadounidense?».

Pero a la media hora todo cambia, y Shock cultural entra en una nueva y mucho más interesante dimensión, una especie de cruce entre la estética de Eduardo Manostijeras y el misterio de Las mujeres de Stepford, la inquietante novela de Ira Levin llevada dos veces a la pantalla, la primera con Katharine Ross en 1975 y la segunda, con Nicole Kidman, en el 2004.

Marisol da a luz y despierta en un mundo de ensueño, en la materialización más dulzona del sueño americano. Es una ciudad llamada Cabo Alegría, de hecho un enorme barrio residencial en el que todo el mundo sonríe y por las calles hay globos, banderas norteamericanas, glorietas y casas adosadas. En la que se encuentra Marisol podría ser la de la vendedora de Avon de Eduardo Manostijeras. La protagonista despierta cada día con el mismo vestido y zapatos, pero de un distinto color. El martes es amarillo. Azul pálido, el miércoles. Lila, el jueves. El viernes es de color azul lavanda y el sábado, rosa.

ORDEN FASCISTOIDE/ nada encaja en ese orden fascistoide, en ese sueño americano que parece robótico. La historia nos lleva hacia un bucle repetitivo con una realidad paralela; una idea aterradora de cómo el Gobierno estadounidense puede tratar a los ilegales a coste cero. Donald Trump no verá el episodio en el televisor o el ordenador de su Despacho Oval, si es que sabe cómo entrar en HBO. Sería una experiencia demasiado sangrante para sus pupilas. Porque lo mejor de Shock cultural es que propone una acerada diatriba política realizada de forma directa y con formato de thriller de fantasía y misterio. A veces se consigue así un mejor efecto que no con las paradojas y contradicciones del relato audiovisual estrictamente político.