A Mario Vargas Llosa la última obra de Santiago Sierra no le parece una obra de arte. Ni siquiera un cuadro. Más bien, «una estupidez y una provocación». Sin embargo, el premio Nobel de Literatura deja claro que «nadie debería haber prohibido» su exhibición en la feria de arte contemporáneo ARCO, como ordenó el presidente del parque ferial madrileño tras ver que Presos políticos en la España contemporánea incluía, entre una veintena de imágenes, las fotos pixeladas de Oriol Junqueras y Jordi Sànchez.

Al día siguiente, el parque ferial -institución de la que forman parte la Comunidad de Madrid, el ayuntamiento y la Cámara de Comercio- pidió disculpas. Pero el cuadro -que ahora ha ganado vida propia y se prepara para un tour- no se vio más en los pasillos de Arco. «Prohibir libros o cuadros es antidemocrático. No debe haber censura, es un principio básico», sentencia haciendo mención también al secuestro que ha sufrido el libro Fariña, en el que Nacho Carretero analiza el narcotráfico de los 80 en Galicia. «Estoy en contra de la prohibición de cualquier libro. La cultura debe manifestarse con total libertad», insiste.

DEMOCRACIA «RADICAL» / Vargas Llosa (Arequipa, Perú, 1936) repite que la libertad de expresión es un vértice fundamental del movimiento político al que él está adscrito: el liberalismo, que «no es una ideología, sino una doctrina con firmes convicciones pero que admite las discrepancias». Es «la forma más radical de democracia». Por eso ha escrito La llamada de la tribu (Alfaguara), para defender una doctrina política que nació en el siglo XVIII y que actualmente no hace más que sufrir las «mentiras» de la derecha y la izquierda. También lo ha escrito para homenajear a todos los intelectuales que han marcado su trayectoria política personal, desde Adam Smith hasta José Ortega y Gasset o Karl Popper.

La trayectoria política del autor de La ciudad y los perros comenzó en las filas del comunismo, la doctrina que, según el joven Vargas Llosa, salvaría a América Latina del yugo de las dictaduras militares que tenían a EEUU de cómplice perfecto. La revolución cubana de Fidel Castro le impactó e impresionó, pero a mitad de la década de los 60 llegó el desencanto. El joven comunista se convirtió en liberal en la etapa de la británica Margaret Thatcher, una controvertida Dama de hierro que, en su opinión, levantó y despertó su país.

Vargas Llosa, que entró de lleno en la política de Perú y salió escaldado, tiene palabras muy duras tanto para las autoridades de Venezuela («las próximas elecciones volverán a ser una farsa») como para las de Cataluña («amo a Cataluña; los mejores años de mi vida los viví allí, en la década de los 70, pero ahora mismo no la reconozco»).

Vargas Llosa se refirió también al presidente norteamericano, Donald Trump, como «la negación del liberalismo»: «un señor que quiere levantar fronteras! y con una política «claramente discriminatoria contra los inmigrantes». Un caso de «populismo flagrante» contra el que creía que EEUU estaba vacunado, y que ha ocurrido también en Gran Bretaña con el Brexit. «Eso demuestra que no hay sociedades que estén totalmente vacunadas contra el populismo», señaló.

«IDEOLOGÍA TÓXICA» / A juicio del autor, el nacionalismo catalán se ha convertido «artificialmente» en un «monstruo». «A través de la educación se ha inoculado una ideología tóxica según la cual los catalanes son víctimas de España», sentencia. «El nacionalismo es una ideología antidemocrática que implica pensar que pertenecer a una sociedad en concreto es un valor en sí mismo. Todo esto implica racismo y violencia».

El escritor, galardonado con el Premio Cervantes y el Príncipe de Asturias, manifiesta su esperanza en que «el brote insensato de nacionalismo» vea pronto su fin. Recordando su presencia (y discurso) durante la manifestación a favor de la unidad de España convocada en Barcelona el pasado octubre, destaca que «cientos de miles de personas salieron a la calle para decir que ya basta de estupideces». «Espero que Cataluña vuelva a ser la vanguardia ideológica, cultural y social que fue», concluye haciendo mención a los cinco años que vivió en Barcelona, cuando solo «cuatro gatos» militaban en el independentismo.