Enrique Vila-Matas y el ganador del premio Nadal y flamante director del Instituto Cervantes de Nueva York, Eduardo Lago, compartieron ayer en uno de los actos del festival su visión de la literatura bajo el arbitraje de la crítica Mercedes Montmany. Lago se plegó al magisterio de Vila-Matas, que aprovechó la ocasión para seducir a la audiencia. Así, se evocó a sí mismo de pequeño jugando solo a la pelota. "Quien me mirara debía de pensar que me aburría muchísimo, pero no es así porque yo no solo imaginaba que jugaba un partido de fútbol, sino que era los dos equipos. Me sentía feliz en el centro de mi mundo, que creía rodeado de rascacielos". Más tarde, cuando viajó a Nueva York, volvió a ser ese niño imaginativo: "Me invitaron a unas jornadas literarias, pero yo concerté una cita con una nieta de Trotsky, así que cuando los de inmigración me preguntaron si yo era comunista, me guardé mucho de decirles a quién iba a ver". Vila-Matas, autor de El mal de Montano y Bartleby y compañía lleva toda su vida dedicado a la literatura, pero cree que el oficio de escritor "es un trabajo extraño, casi patético a veces", porque uno puede pasarse horas y horas tratando de conseguir la frase perfecta y ni siquiera sabe si alguien la leerá después.