Los seis autores rusos que conforman la antología El segundo círculo suman una media de edad de 28 años; es decir, el advenimiento de la perestroika, cuando la URSS comenzaba a dar las boqueadas, los sorprendió en pañales. Pero si bien su voz generacional está exenta de nostalgia por el pasado soviético y carece del espíritu combativo de sus predecesores en los 90, la nueva hornada de escritores noveles no puede ocultar que viene de donde viene: a las certezas marmóreas del comunismo sobrevino el sálvese quien pueda en el que navegan.

Nueve relatos sobre el aquí y el ahora de un país donde Lenin, líder del proletariado mundial, se ha convertido en un perdedor disfrazado con una perilla postiza que se dedica a vender muñecas rusas a los turistas.

Se trata de la mirada del desconcierto, y quizá por ese motivo la edición inglesa se ha titulado algo así como Cuadrando el círculo aludiendo, pues, a la resolución de un problema geométrico imposible. El encabezamiento en castellano parece insinuar que Solzhenitsin es cosa del pasado.

A pesar de la disparidad de enfoques, pueden olfatearse algunos rastros comunes: soledad, búsqueda de la identidad y, a veces, un sentido del humor afiladísimo, rayano con el surrealismo, que forma parte de la tradición rusa menos conocida aquí.

Destaca el hecho de que la mayoría de los autores proviene de la periferia, de lugares tan alejados del cogollo cultural moscovita y petersburgués como el Cáucaso o los Urales, en el gélido centro del mapa. Reseñable también la presencia femenina, aunque una de las autoras prefirió escudarse tras un pseudónimo de hombre, Gula Jiráchev, tal vez con el propósito de diseccionar más libremente el mundo masculino de la república del Daguestán, patio trasero de Chechenia: pistolas, coches de importación, desempleo y un futuro sin perspectivas muy permeable al discurso del radicalismo islámico.

La media docena de escritores aquí recogidos son el ganador y los finalistas del Premio Debut, instituido en el año 2000 por una institución privada para dar a conocer a autores menores de 25 años. Todo un milagro filantrópico en el país más desaforado del poscapitalismo.