Ojeaba en los días de partido de ´playoff´, la prensa burgalesa, coincidiendo con la estancia allí con mi hijo Diego. "Hoy, segunda batalla entre Burgos y Caceres 2016", se leía en un titular. Segunda batalla para la tercera guerra del ascenso ACB, pues las dos anteriores ya fueron disputadas. La primera fue en el año en que nacía Diego y se celebraban los juegos del recientemente fallecido Samaranch.

Desde el vientre materno, Diego vio en el pabellón pacense Entrepuentes la gorra policial en la cabeza del gigante Jiri Okac. Ya nacido, cómo su padre se marchaba al infierno andorrano, cómo el 10 de mayo del año 1992 lo celebraba en la plaza Mayor cacereña y cómo durante esa Navidad asistía al reconocimiento a uno de sus grandes artífices, el pequeño ilusionista Martín Fariñas.

Diego, por tanto, ya es mayor de edad. Como mayor de edad es el baloncesto extremeño desde que se lograse aquel hito, palabreja ésta que da nombre a la patrona de la localidad alcantarina del flemático entrenador y de un servidor, y que, conociendo su devoción, a buen seguro algo tuvo que ver en el agónico lanzamiento de Jordi Freixenet. El aficionado consultado lo sitúa como el segundo mejor valorado en la historia del Cáceres, tras el emeritense Manolo Flores. Excesiva valoración en mi opinión en lo deportivo, que no en lo social, pues como él mismo bien dijese en el balcón del ayuntamiento cacereño en aquel mayo olímpico esa tarde se despejaron todas la dudas sobre la eterna validez del popular "querer es poder".

Aquel equipo no solo logró un importante ascenso. Aportó algo más que un granito de arena en la puesta de Extremadura en el mapa nacional e internacional, y no solo en lo deportivo.

18 años se acaban de cumplir, en los cuales se ha visto de todo: destituciones extrañas, contrataciones arriesgadas, arcas bajo cero, participaciones europeas, paso por los juzgados, desapariciones, aficiones comprometidas, aficiones desilusionadas, importación de técnicos contrastados, oportunidad a noveles de la tierra, presidentes policías, presidentes empresarios. Circunstancias dispares que, sin ninguna duda, han ido materializando proyectos con más o menos acierto para que en esta tierra siga siendo posible disfrutar del mejor baloncesto.

Hoy, aquel pequeño-gran técnico vive plácidamente en Extremadura, satisfecho y lejos del mundanal ruido. Mi dieciochoañero retoño lo hace fuera, junto a deportistas de cinco países y ni él, ni el emeritense compañero Alberto, éste último en sus botas marcada la verde, blanca y negra, necesitan ser convencidos ni convencer a nadie de una capacidad y unos pensamientos a los que el exultante entrenador de aquel mágico 10-5-1992 por la tarde pusiera hechos en la pista, y horas más tarde, en una radiante plaza, palabras.

El extremeñísimo ´Redoble´, cientos de veces coreado por miles de aficionados en los años siguientes, y el interés despertado en la reciente fase de ascenso, son solo algunos de los más claros ejemplos de esa mayoría de edad deportiva, de la grandeza de aquel hito, y de las posibilidades de otros que, sin duda, quedan por venir.