Decía la semana pasada Xavi Tondo, el ciclista catalán que quiere ser figura con el nuevo conjunto del Movistar, que tiene "temor" a comer carne de vacuno. No parece, aunque sea una anécdota, que ese problema asuste a un buen puñado de cicloturistas guipuzcoanos que han decidido peregrinar a la carnicería de Irún que despachó el solomillo que atosiga a Alberto Contador con la esperanza de que aparezca algún filete, relleno presuntamente de clembuterol, que les dé unas fuerzas extras a la hora de pedalear.

Sin embargo, científicos y juristas de la Federación Española de Ciclismo coinciden en asegurar que los 50 picogramos de clembuterol localizados en la orina de Contador no aportan ninguna ventaja deportiva. Pese a ello, al ciclista de Pinto --que proclama su inocencia-- la medida le puede suponer la ruina. De momento, perder el Tour-2010 y sufrir un año de suspensión.

El ciclismo siempre ha sido un deporte que se ha movido en el filo de la picaresca y las ayudas extras, más allá de una buena bici, un buen cambio y unos magníficos tubulares. Como joya literaria queda el maravilloso reportaje de Albert Londres, convertido luego en libro, de Los forzados de la ruta , donde el escritor y periodista francés cuenta como hazaña el Tour de 1924 y, sobre todo, el encuentro con los hermanos Pélissier, los cracks de la época, cuando le mostraron las mochilas cargadas con cocaína y estricnina para soportar las inclemencias y los esfuerzos de la grande boucle .

Un problema social

Hubo un tiempo en el que era creíble que cualquier jarabe daba positivo y que el ciclismo era una profesión deportiva cruel. Todo daba positivo; tanto, que las autoridades decidieron ser benévolas con los practicantes. Al principio se pasaba por alto el primer positivo (como sucedió en los años 60) y luego, hasta que el dopaje fue considerado un problema social, se imponía una pena de tres meses que el corredor podía cumplir, por ejemplo, entre noviembre y enero, cuando no había competiciones.

Casi podría decirse que no existe ninguna figura de primer nivel en el mundo del pedal que en alguna ocasión no haya sido atormentada por un control antidopaje. Aquí aparece nada menos que el gran Caníbal , el belga Eddy Merckx, el mismo que ahora suplica que no quiere sentirse "traicionado" por Contador. El pentacampeón del Tour y el Giro dio positivo al menos tres veces. El caso más sonado fue el del Giro de 1969. El control por anfetaminas fue interpretado como un complot de la Mafia contra Merckx, que lucía la maglia rosa. Un mercenario envió un anónimo al diario La Gazzetta dello Sport diciendo que le había puesto pastillas en el bidón. En Bruselas lo recibieron como un héroe y hasta el rey Balduino lo acogió en palacio.

Digan un nombre y aparecerá un flirteo con la farmacia: Fausto Coppi, Louison Bobet, Joaquim Agostinho (cuatro positivos), Lucien Aimar (dos), Roger Pingeon (dos), Jan Janssen (tres) o Joop Zoetemelk (tres controles), uno sobreseído al mes de quedar segundo en el Tour de 1979 con esteroides "recetados por su médico".